Cincuenta.

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—Rengoku, te dije que te fueras. ¿Qué no eres capaz de entender con mis palabras?

—¡Ven a comer conmigo, Akaza!

—¿No ves que estoy trabajando?

El rubio alzó una ceja, dudoso.

—¿Tu trabajo es mantener vivas las plantas? No pues, qué clase de trabajo.

El omega dominante le ignoró. Así se había puesto él en un principio. "Ah, qué porquería de trabajo, si sólo son cuidar unas plantas", hasta que se dio cuenta que la magia que utilizaba Muzan las ponía... sensibles y algo monstruosas. Las dichosas plantas eran carnívoras y destrozaban todo lo que se les acercara a unos cuantos centímetros. Además, las muy malditas parecían comunicarse de alguna forma con su jefe y si las maltrataba, el castigo que le daba era horrible. No sabía qué afición tenía su jefe con las flores esas. Según el estúpido apático de Douma, al señor le agradaban porque había tenido un pasado relacionada con ellas y con el dichoso y buena persona Tanjiro.
Habló luego de darse cuenta de su ensoñación.

—Estas plantas son más valiosas que tú y yo juntos. No puedo dejarlas sin agua ni nutrientes.

—Pero son plantitas.

—Estas plantitas son básicamente mi sueldo, Rengoku. Yo no vivo de empatía ni de salidas. Vivo de las plantas y como se sientan.

El mencionado soltó un suspiro. Se acercó a las plantas, mirándolas. Con cuidado acarició una de estas. A diferencia de Akaza, la planta pareció ser muy agradable con los dedos que la tocaban, como si quisiera cabrear sus sentidos y se le rieran en la cara con mofa. El de cabellos rosados se contrarió. Siempre que se acercaba a las jodidas plantas estas le mordían a matar y ahora con ese alfa estaban mansas.
Esas plantas eran omegas, no tenía pruebas, pero tampoco dudas.

Le dio un manotazo para que no las tocase, provocando que la flor a la cual acariciaba le mordiese. Enojado apartó su mano, notando que ahora por esa pequeña herida en su dedo índice, se dejaba caer las gotitas de sangre. Poco caso le hizo y siguió con lo suyo, porque la verdad, cosas peores se había hecho. Pero Rengoku era Rengoku, y agarró su mano al notar unas manchas rojizas después de su quejido. Con cuidado y ante su asombrada mirada, el rubio secó la sangre y ejerció presión en el sitio afectado.

—Tsk, déjame en paz. Ni que me fuera a morir por esa cosita.

—No me había dado cuenta de que tienes unos dedos muy lindos.

El omega soltó un suspiro, sacando su mano y, frustrado, se alejó de él. Entró a la casa, cerrando la puerta. Kyojuro se quedó allí, sabiendo que pronto saldría. Había ido par de veces y ya se hacía idea de la rutina establecida. Se giró para ver la flor que le había mordido. Con cuidado descendió. Tenía que ser precavido para que su cara pudiese terminar bien.

—Plantitas, por favor, cuiden a Akaza. Es mi omega y no me gustaría que tuviese sus dedos mordidos por ustedes, lindas.

La planta no se movió. Cuando la acarició, esta abrió sus fauces, pero no hizo nada. Luego de varios minutos, Akaza salió de la casa con un balde lleno de agua. Se acercó donde el alfa, mirándolo con odio.

—Cuando te quieras ir me dices —se burló, siguiendo con otras plantas.

El rubio caminó detrás suyo, viendo aquellos pantalones que era extraño de notar en omegas. Casi siempre permanecían con telas largas que cubrían hasta sus tobillos, pero a diferencia de ellos, quizás por el trabajo, su omega siempre vestía con unos pantalones y una camisa, como su patrón. Se acercó por detrás, colocando sus manos en su trasero. El omega gruñó y, dejando el balde cerca de sus piernas, se volteó. El puño que se pintó en su rostro fue suficiente para un molesto y recién llegado Kibutsiji, quien sonrió malvado al ver al omega gritarle al alfa, entrando a su mansión.

El Harén ❊UzuZen❊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora