Cincuenta y siete.

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Una brisa. Un beso. Dos besos. Tres. Cuatro. Cinco. Algunos más. No supo distinguir cuantos habían sido, puesto que estaba metido en el mundo de los sueños. Sólo era capaz de sentir, algunas ocasiones, un tacto extraño que ascendía por la piel de su cuerpo. Un tacto caliente. Se movió con suavidad en la cama sin abrir los ojos. Si le preguntaban, sentía que estaba algo dormido y algo despierto. Así como mitad y mitad. Tenía bastante sueño como para dormirse de a ratos, pero estaba bien despierto para poder sentir lo que su mente le decía que era raro. Entre sueños sintió una caricia en su cara, suave y lenta que recorrió desde su sien hasta un poco más abajo de su clavícula. La imagen de un seductor Uzui le hizo sentirse seguro cuando en su sueño le atrapó en sus brazos y dejó toques cálidos en su piel, porque sabía que era él, que era su esposo. Nadie más podía igualar su presencia. Era increíble. A su omega le gustaba demasiado. No obstante, a pesar de disfrutar de las caricias que recibía, su mente decidió caer en la inconsciencia pura de repente.

Después de buen rato cuando abrió sus ojos y su mente abrazó la vigilia, se encontró en la cama de sus aposentos. Se estiró y observó a cualquier lugar mientras algo extraño aplastó su pecho mientras más pasaba el tiempo. A pesar de que ya se veían los intensos rayos del sol colarse por los diminutos huecos de las paredes, había algo que no estaba bien, que no estaba en su sitio. El pequeño omega observó por todos lados, buscando no preocuparse debido a que no podía identificar que era lo extraño que le hacía vibrar el cuerpo. Poco a poco se sentó en la cama, con una de sus manos en el fondo de su vientre hinchado y la otra en la cama, brindándole apoyo para mantener la postura. Entonces, luego de algunos minutos, se enteró de cuál era el borrón que su mente no le dejaba ver.

Había un aroma desconocido en el interior de sus aposentos. Zenitsu se quedó de piedra, helado, al conocer eso. Había creído que había sido un completo sueño y además de eso, lo más normal era que pensara que era Uzui, al final de cuentas, era quien se suponía que podía entrar en su habitación cuando quisiera. Eso también incluía cuando estaba dormido, sin embargo ese olor a pino y canela no le era simpático ni muy conocido. Con naturaleza su habitación estaba plagada de su propio aroma, un poco del de las chicas de su esposo y de este último, nadie más. Como estaba también en cinta una angustia se apoderó de cada una de las células de su organismo y sintió un profundo e irracional miedo bombear en cada latido que su corazón daba.

¿Quién se había metido en su habitación y para colmo, había dejado que su aroma se pudiera oler? Como dormía solo, sin la presencia de nadie, volvió a acostarse. Era de día, pero tenía miedo. ¿Esas caricias eran de una persona desconocida? ¿Quién en todo el Palacio había entrado y le había tocado la cara? ¿Había sido Uzui quien había traído a un sirviente que sin querer dejó su olor mientras arreglaba algo de sus aposentos? Observó el interior del lugar, pero a pesar de que no pudiera ver muy bien debido a la distancia, no encontró nada distinto que le remarcara que había ocurrido algo. Los betas que trabajaban ahí no tenían aroma ninguno, pero el que hubiese algo rondando cerca de su rostro y que todavía pudiera recordar el tacto en su cuerpo le daba malas vibras.

Acarició su cuello, donde su marca residía. De esa cobarde manera intentó llamar de manera silenciosa a su esposo. Recordaba que Uzui una vez había llegado debido a que había frotando su marca de manera insistente, así que esperó que esa ocasión fuera a repetirse. Tardó algunos minutos, más de los que había formulado, sin embargo la aparición de su esposo se hizo presente. El susodicho entró en silencio en sus aposentos. Era temprano y su alfa tenía los cabellos desparramados, además de sus ojos hinchados.

—Pequeño bebé, ¿qué sucedió?

Uzui dio un paso y se detuvo. Zenitsu supo que no debería dar explicaciones, sólo una simple mirada bastó para hacerle entender a su esposo que había algo que no cuadraba en todo ese asunto. Un olor extraño. El hombre olfateó por unos instantes antes de mirarle. La preocupación se mareaba en sus ojos de color púrpura.

El Harén ❊UzuZen❊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora