capítulo 3

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***

Me pongo un vestido sencillo y cómodo. Mi cabello lo seco a velocidad de un rayo porque debo bajar  a cumplir con el favor que me pidió Helen. Entonces una vez lista, me encamino a bajar las escaleras.

Justo en el momento que llego al piso de abajo, escucho el sonido del timbre así que  seguido me acerco a la puerta principal para abrirla.

Una vez halo la gran pieza de madera, soy consciente de que mis ojos se abren como platos, espantada por la sorpresa que me da al ver lo que estoy viendo.

Aquí y ahora, parado en el pórtico de mi casa, estoy cara a cara con el mismo personaje de rasgos orientales con el que me tropecé en el aeropuerto la noche de mi llegada a San Francisco.

–No me jodas! – se queja con el destino una vez me reconoce.

De verdad me dan ganas de reírme porque sé que le molesta esta casualidad.

Él parece fastidiado, pero no dice nada mas.

Veo en sus manos una carpeta con el logo de la compañía de mi padre, y no puedo creer que el destino me esté haciendo una jugada tan sucia.

Qué es lo que voy hacer? Ese tipo debe odiarme. Cómo voy a actuar en una situación como ésta? Pienso en ello y es evidente que yo debo actuar porque él está en mi casa. Imaginaré que es alguien a quien veo por primera para poder lidiar con esto.

–Puedes pasar – es lo único que se me ocurre decir después de este incómodo encuentro.
Le abro un espacio para que entre.

Claramente no me nace demotrar ningun gesto amable despues del episodio de ese día aunque acepto que finalmente la que se reveló desmedidamente fui yo, cosa que en realidad no me importa porque él se lo merecía.

Espero unos cortos segundos y como el chico no hace nada. Aclaro mi garganta para volver hablar .

–Te dije que puedes pasar – le abro mas espacio y él al fin pasa por mi lado dejando a su paso el olor de un perfume exquisitamente prominente. No lo niego

Él está vestido como la otra vez a diferencia del color blanco.

Nos sentamos en la sala en un silencio molestoso, haciendo la situación verdaderamente incómoda. Él coloca la carpeta sobre la mesa, y se acomoda más en el sillón con el ceño fruncido.

–¿Quisieras tomar algo? – le pregunto, por simple cortesía.

"Que hipócrita eres" me dice mi subconsciente y tiene razón porque de verdad me importa muy poco si tiene sueño, hambre o sed.

No me extraña cuando no responde; él sólo saca su celular y comienza a teclearlo. Noto que no es el mismo teléfono móvil de aquella noche, de seguro se compró otro con el dinero que le di.

"Con el dinero que le aventaste," me corrige mi subconsciente, pero yo estoy clara de que él fue el único responsable de mis actos esa noche.

Pasa el tiempo y sigue ahí todavia concentrado en el aparato. Está tan embelesado que no se da cuenta de que lo estoy mirando.

Por qué ya no me insulta? Me pregunto al verlo tan tranquilo, su comportamiento no se parece en nada al de la persona que vi ese día.

De pronto me dan ganas de reírme cuando pillo qué tan ocurrente puede ser el destino. De tantas personas que hay en el mundo, tenía que ser precisamente él el sobrino de los Cannon?

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