Capítulo 3|| La mejor vista matutina

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Todos tenemos un lugar especial en el mundo...

A diferencia de lo que creíamos antes de viajar, el jetlag sí nos afectó. Eran pasadas las diez de la mañana y nuestro cuerpo pedía dormir. No era la primera vez viajando a lugares con diferencia horaria, pero parecía que aún no terminábamos por acostumbrarnos.

—Me duele la cabeza —murmuró Jane en un quejido. Nos habíamos quedado viendo películas aproximadamente hasta casi las cuatro y media de la mañana y apenas habíamos cerrado los ojos por algunas horas, y eso era mucho decir.

Parecíamos zombis cruzados con panda.

—Iré por algo de comer —mencioné desperezándome. Estaba cansada, pero alguien tenía que conseguir algo para desayunar.

—No tengo hambre —refunfuñó Jane. Se ponía gruñona cuando no dormía bien.

—No te estoy preguntando, Lancaster —respondí. Jane me sacó la lengua cual niña pequeña—. No te quedes dormida, eh —le advertí.

Sin prestar atención a sus quejidos, salí del apartamento y bajé por el ascensor hasta salir del edificio. Era bonito, tenía una fachada blanca y en la parte superior citaba: Moon Blue.

Más allá, cruzando la calle quedaba un parque rodeado por enormes árboles bien cuidados que tenían situadas al borde algunas bancas de diseño antiguo. Ahí mismo se encontraban los juegos para niños, un espacio con máquinas de ejercicio al aire libre, y dos canchas para fútbol y básquet junto a las graderías.

Se veía bastante amplio. Aunque para mí, no se comparaba en nada con Selcouth.

Mi pueblo.

El aire, las montañas, la amabilidad de la gente. Sobre todo, esto último.

Incluso si era un pequeño pueblo donde todo se sabía —quieras o no—, me encantaba, porque ahí siempre tendría un lugar, recuerdos y la calidez de mi familia. Y eso jamás podría encontrarlo en ciudades tan grandes como Luar o Nueva York.

«La gente es fría y parece que todos van a prisa», le había dicho años atrás a Jane cuando hablamos por primera vez.

En ese entonces yo era muy joven, apenas había cumplido los diecinueve años cuando obtuve una media beca para estudiar administración en Hall University. Acostumbrarme a la ciudad, al ruido de los autos, a la gente que iba y venía durante todo el día, el hecho de que casi nadie te saludaba al pasar —no como en el pueblo—, además de mi trabajo como mesera en un restaurante de pollo frito donde casi siempre alguno se quejaba de la lentitud de los pedidos, fue una tortura.

Gracias al cielo, solo duró dos semestres, puesto que en mi segundo año conocí a Jane, quién me recomendó con una amiga de su padre que era dueña de un supermercado donde trabajé hasta casi finalizar mi carrera puesto que para ese entonces Jane y yo obtuvimos una pasantía en Silky.

Si bien la ciudad me dio grandes oportunidades —y personas que me tendieron la mano en los momentos más duros—. Selcouth siempre sería mi lugar.

Mi lugar favorito. A donde pertenecía.

Como mamá dijo una vez: Maia puede irse del pueblo, pero el pueblo siempre vivirá en Maia.

Sonreí, recordándola.

Echaba de menos a mi familia. Es increíble que estando a millas de distancia todavía tu corazón recuerde lo feliz que eras en cierto momento y tiempo. Lo feliz que eres cuando ves y recuerdas a las personas que te hacen sonreír.

Pensando en los amaneceres en el pueblo, la noche estrellada durante el verano, los zancudos que no nos permitían dormir y de los que mi madre siempre se quejaba. Continué caminando hasta dos calles pasando el parque. Una cafetería de estilo ochentero se situaba en una esquina.

Guía del Cielo(Finalizada✅)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora