Capítulo 32||Quería verte

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La guía del cielo está escrita en promesas...

Alec

Todo el camino a casa de Maia pensé en las mil y una formas de hablar con ella. No era una persona fácil.

Detrás de esa sonrisa inocente, esos ojos amables y esa voz suave se escondía una mujer de personalidad fuerte, segura. Una mujer que estaba dispuesta a defender su posición sin importar de quién se tratara.

Maia Russell era obstinada. Iba a tener difícil las cosas si realmente había hecho algo que la lastimó y por lo cuál no quería verme. Pero aunque intentara encontrar la respuesta no podía.

Suspiré a medida que me acercaba a la puerta de su casa. Me preparaba mentalmente antes de golpear la puerta cuando voces provenientes de ella misma me sorprendieron. Parecían estar discutiendo, pero no entendía lo que decían.

Me pregunté qué estaría pasando. Ellos no parecían la clase de familia que tenían discusiones a menudo.

Finalmente, la puerta se abrió de golpe dejándome frío al encontrarme con una Maia llorosa y asombrada frente a mí. Sus ojos rojizos me hicieron sentir una opresión en el pecho y su palidez me asustaba al punto de querer aferrarme a ella sintiendo que pronto se desmayaría. No pasé desapercibido el esparadrapo en su brazo.

—Maia... —me acerqué un poco a lo que ella retrocedió. Mis manos deseaban tocar su rostro y acariciarlo para calmar el estado nervioso en el que se encontraba, pero eso no era una opción.

—¿Qué haces aquí? —su voz salió rasposa por el llanto.

—Quería verte.

Ella frunció un poco los labios y desvió la mirada mientras yo caía en cuenta de la presencia de su padre, su hermana, Jane y su cuñado que lucía algo confundido.

—Vuelve a casa, Alec —ella volteó a ver a su papá.

Él me miró por un par de minutos como si estuviera intentando descubrir algo en mí, lo cual me produjo una sensación de vacío y anticipación que me causó nerviosismo. Pero ninguno dijo nada.

—Maia no se siente bien ahora. La podrás ver después —mencionó antes de tomar la mano de su hija y adentrarse en su casa.

Su madre que tenía una mirada endurecida me dio un asentimiento y regresó con ellos mientras su cuñado tomaba de la mano a su esposa quien me observó con ojos apenados y ambos los siguieron.

—Alec —me llamo Jane, quién fue la única que se quedó todavía fuera de la casa—. Pensé que volvías a Nueva York.

Negué con la cabeza.

—Decidí quedarme. Jane, ¿Qué es lo que le ocurre? —pregunté casi en desesperación—. Y no intentes decir que no es nada. Vi el esparadrapo en su brazo. ¿Acaso tiene problemas de salud?

—No —negó ella—. Pero no me corresponde hablar contigo sobre esto. Será mejor que vuelvas a casa y no molestes a Maia por ahora. Ella no está bien emocionalmente.

—Jane...

—Alec, tienes que escucharme. Maia necesita tiempo y tranquilidad. No la ayudas alterandola de esta manera.

Me quedé en silencio entendiendo su punto. No podía ser imprudente cuando Maia se encontraba en tal estado. Claramente no estaba nada bien. Aunque me muriera por verla y hablar con ella ahora mismo debía darme tiempo y ser paciente.

—Bien —asentí—. Pero, por favor, Jane. Tienes que decirle que lo que dije la noche pasada fue verdad. Ella entenderá.

Dicho esto pasé a retirarme por el mismo camino por el cual llegué. No podía explicar mis sentimientos, pero sentía un gran peso de tristeza y melancolía en mi pecho. Algo que nunca había sentido y que poco a poco iba creciendo.

(...)

Maia

—Maia, come un poco —pronunció mi hermana trayendo consigo un tazón con sopa de pollo.

Él solo verlo me producía una pesadilla. No tenía apetito y el olor de la comida solo cerraba más mi estómago.

Negué con la cabeza dándole una mirada sobre mi hombro aún acostada en mi cama. Me había pasado así desde que ingresé a la habitación. Ver a Alec me había dejado con menos energía de la que ya carecía. El hecho de que hubiera oído algo me puso los pelos de punta en cuanto lo ví. Solo pensar que pudiera saberlo me asustaba.

Y no paraba de pensar en ello y en mamá. La decepción en sus ojos hacía que mi corazón doliera.

Y era extraño, antes esa mirada no me habría afectado tanto. Comparado con la vez donde me negué a rechazar la media beca y ella se enfureció conmigo esto era completamente diferente. Aquella vez me negué rotundamente y a pesar de la discusión aún quería ir con ella y hacerla recapacitar. Ahora simplemente no quería verla. Me afectaba tanto su vergüenza por mi hijo que simplemente no quería verla ni escucharla porque sabía que en cuanto pronunciara aquellas palabras nuevamente probablemente nuestra relación ya tambaleante acabaría destruyéndose por completo. Y no estaba segura de cómo podríamos volver a reconstruir los pedazos que quedaran de ella.

—No llores, corazón —Zalie acarició mi cabello mientras yo suspiraba en medio de mis lágrimas—. No olvides que lo siente. Y no es saludable para él.

Mordí mi labio inferior entre los dientes superiores y sequé mis lágrimas con las mangas de mi chaqueta.

—Mamá está enfadada. Pero ella no...

Yo negué con la cabeza, deteniéndola.

—No quiero hablar de eso ahora —sorbí por la nariz—. Solo llévate la sopa. Está comenzando a darme arcadas —hice una mueca con los labios.

Zalie me miró por unos segundos antes de asentir y acariciar mi cabello una vez más para luego tomar el plato que dejó sobre la mesita y salir de la habitación.

Solté una exhalación cansada y permanecí en la misma posición. En este punto solo tenía claro una cosa; tenía un hijo que proteger.

Es increíble cómo en un momento tu forma de ver la vida comienza a ser tan diferente a lo que solía ser. Porque ya no eres tú, es el bebé. Ya no solo te duele a ti también a él. Entonces toda tu energía se centra en su bienestar. Ya no importas tú solo él.

Porque se convierte en tu mundo y solo deseas que nada le haga daño, ni siquiera una simple mirada de rechazo. Solo quieres que ese pequeño se mantenga a salvo. Ya no te importa si tú sufres, solo quieres que él no lo haga. Solo tienes una certeza; quieres que él sea feliz.

—Tranquilo —acaricié mi vientre aún plano—. Mamá te ama por sobre todas las cosas. Incluso si el mundo me juzga, jamás permitiré que ellos te lastimen. Porque tú eres mucho más importante que mi propia vida.

Era una promesa.

Más tarde, cuando el sueño casi se apoderaba de mí, un pequeño ruido me hizo sobresaltar. Últimamente mi cuerpo se alertaba ante cualquier ruido por más nimio que fuera.

Era papá.

—Lo siento, bichito —dijo en voz baja—. Vine a ver cómo estabas.

Le sonreí con mis labios unidos.

—Te traje un poco de jugo. Zalie me dijo que no quisiste comer nada —me acercó el vaso de la mesa y me instó a tomarlo.

—Gracias —le respondí con una sonrisa.

Se mantuvo conmigo en silencio sentado junto a mí y mientras bebía poco a poco. Lo cierto era que el jugo me sentaba mejor que la sopa de pollo que no la soportaba.

—Sé que quizá no es el momento adecuado, pero... —mi padre acarició mi cabello cuando me acomodé sentada contra la almohada y devolvió el vaso a la mesa—. ¿Quién es su papá?

Aquello me tomó por sorpresa y mi corazón bombardeó con rapidez. Esquivé la mirada con nerviosismo.

—Mejor dicho, ¿Por qué Alec parece no saberlo? —mis ojos fueron directos a los suyos—. ¿Él...te hizo daño?

Guía del Cielo(Finalizada✅)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora