Capítulo 34||Cásate conmigo

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Puede que estemos destinados a rompernos mutuamente...

—Contéstame, Maia —la voz de Alec se sentía distinta. Casi incrédula—. ¿Estás embarazada?

Permanecí quieta. Los nervios invadiendo cada extremidad de mi cuerpo.

Horas atrás...

—Buenos días, Alegría —saludó Jane con una sonrisa enmarcada en su rostro.

—Jane Lancaster despierta antes de las diez de la mañana. ¡Es un milagro! —alcé las manos al cielo; ella enarcó una ceja.

—Oye, que tampoco me levanto tan tarde.

—No. Solo a medio día —bromeé.

Jane puso los ojos en blanco.

—Solo espero que mi sobrino no herede tu maldad —me sacó la lengua. Inevitablemente mi expresión decayó un poco—. Oh. Mierda —expresó cuando se dio cuenta de lo que dijo.

Negué con la cabeza manteniendo la mirada en el jardín. Enfoqué el taller de papá, me recordaba mi niñez. Enterrada entre la viruta jugueteando alrededor. La vida parecía tan simple por esos años. Deseaba volver a sentir esa calma y libertad que me acompañaba en aquella época.

—Voy a decirle.

—¿Eh? —mi amiga arqueó las cejas levemente.

—Llamaré a Alec y le pediré que nos veamos en el café del pueblo —le conté—. Papá y tú tienen razón. Necesito soltar esta intriga. Alec debe saberlo y elegir si quiere o no estar en la vida de este bebé. No puedo controlar las decisiones de los demás.

Jane le dio un leve apretón a mi hombro y me dedicó una sonrisa.

—Ser madre debe ser increíble. Tú y Valentina tienen la misma mirada cuando se trata de su bebé.

Le sonreí también. Era cierto. Lo único que sentía cuando pensaba en mi hijo era que podría hacer cualquier cosa por él. Sentía una fuerza desconocida que me llenaba de fuerza.

—Esto merece mañana de shopping —dio pequeñas palmaditas cual niña pequeña.

—No, Jane —me quejé con cansancio.

—Oh, sí. Claro que sí —puso ambas manos en mis hombros y me empujó levemente de vuelta a la casa.

Llamó a Valentina y las horas posteriores pasamos dando vueltas de tienda en tienda. La ropa de maternidad hacía que Valentina luciera dulce. No paraba de sonreír cuando nos adentrabamos en las tiendas de ropa para bebé. Ese día compramos muchísima. La tarjeta de Jane pedía paz —insistió en comprar la ropa para sus sobrinos—.

Comprar juntas me resultaba divertido. Podíamos elegir un conjunto distinto y debatir cómo se verían, pero finalmente terminabamos eligiendo los colores neutros.

—Podría comerme una vaca entera —pronunció Valentina. Habíamos parado para beber jugo y comer algo.

Desearía tener su apetito. Después del jugo no quería nada más. Por el contrario, Valentina casi había terminado con todos los sándwiches que vendía la mujer de aquel puesto.

—Te creo —le dijo Jane en medio de una carcajada—. Pero te ves preciosa. Esa pancita es apapachable —la abrazó de costado.

Valentina soltó una risilla.

—¿Y tú? ¿Cómo te has sentido? —me preguntó.

Solté un bufido agotado.

—Mejor dime cómo no me he sentido. Todo me sabe agrio. Me dan náuseas y no puedo ni conmigo misma.

Guía del Cielo(Finalizada✅)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora