Hay acciones que te rompen...
—Mamá, solo déjalo.
Rodé los ojos cuando ella frunció los labios. Ella y Zalie compartían las mismas expresiones cuando algo les enfadaba.
—Bichito es la única que me defiende. Mi querida hija —mi padre besó mi mano mientras yo entrecerraba los ojos en su dirección.
—Tal para cual. Ambos unos descuidados —comenzó a decir mamá—. Mira nomás esta niña. Toda flaca. Pareces la viva anemia —abrí la boca con indignación. Estaba consciente de que últimamente no tenía mucho apetito y que posiblemente adelgacé unos kilos, pero tampoco tenía que decirlo de esa forma.
Jane, Zalie, Sebastián y papá reían a mis costillas. Los miré a todos con cara de pocos amigos.
—Pero Bichito, tu madre tiene razón. Has perdido peso —tocó mi mejilla derecha con una mano. Yo me mantenía a su lado en la cama—. ¿Está todo bien? —su risa anterior desapareció por completo y su expresión pasó a la preocupación.
Jane me miró desde el otro lado, impávida. Me esforcé por mantenerme igual, lo cierto era que no me sentía bien. Nada estaba bien en mí últimamente. Siempre estaba cansada, no tenía apetito y parecía llevar una batalla interna de la cual no podía librarme aun cuando me esforzara por recuperar mi energía.
Sin embargo, no era algo que pudiera decir en ese momento. Aun así, tampoco creía que tuviera algo grave, por lo tanto, solo esperaría los resultados médicos.
Esperaba que fuera pronto. Y que Alec no volviera a insistir. Que se diera por vencido en lo que fuera que estuviera intentando.
—Todo bien, papá. Solo es el estrés y la vida fit que llevamos últimamente—todos voltearon a ver a mi amiga quien en efecto había adelgazado por su nueva rutina de ejercicios.
—Estoy guapa, ¿O no? —ella sonrió y dio una vuelta sobre su propio eje haciéndonos reír.
—Muy guapas, pero en los huesos —comentó mi madre—. Esta noche vamos a tener un festín. Necesitan más energía.
—Si, señora —ambas hicimos un saludo militar antes de soltarnos en risas. Ir contra Catalina podría ser una batalla interminable.
(...)
—A ver, viene el avioncito —le decía a papá con la cuchara en la mano intentando darle la sopa de verduras que le preparó mamá.
—No quiero —hizo la cabeza a un lado y por poco boto el contenido de la cuchara.
Puede que fuera un poco caprichoso cuando quería. Y quizá, yo heredé eso de él.
—Pa, necesitas comer para recuperarte —repetí intentando que bebiera.
—Bichito, estoy cansado de estar aquí todo el día —mencionó señalando la cama.
—Lo sé, papá. Pero son recomendaciones del médico —hablé—. Además, debes ser paciente. Solo serán un par de días.
Haciendo una mueca con los labios para después abrir la boca para que le diera de comer. Sonreí porque al menos él me escuchaba y no seguiría siendo terco.
Mi padre no era un hombre de dar tanta pelea como mi madre, pero odiaba estar quieto. El taller era su santuario —era carpintero—. Desde pequeña había visto la delicadeza que tenía para crear cosas con madera y lo admiraba. Amaba lo que hacía. Desde ese entonces supe que elegiría algo que amara tanto como él amaba su oficio.
Él me enseñó que debía ir por lo que quisiera sin importar quien se opusiera.
Y entendía su frustración. Recordaba que cuando era niña tuve que pasar tres meses en recuperación gracias a un psicópata que me lesionó. Jay me visitaba todos los días y yo lloraba porque quería jugar, pero era imposible. Esos tres meses odié los esguinces, los tobillos y los estúpidos jugadores del otro equipo de fútbol.
Recuerdo que fui muy berrinchuda. Era muy similar a papá. Odiaba permanecer quieta por mucho tiempo. Sin importar cuánto fuera.
Es por eso que me negaba a ver a un médico. Ni siquiera había revisado los exámenes aun sabiendo que ya habían llegado. Solo pensar que podría haber algún tratamiento donde debería dejar de comer algo que me gustara o dejar de hacer actividades que quisiera hacía que quisiera olvidar esos resultados como si nunca hubieran existido.
(...)
—¿Y cómo te has sentido? —le pregunté a Tina sentándome del otro lado del sofá.
Estábamos de visita en su casa antes de la cena. Su vientre había crecido un poco más desde la última vez que la vimos. Lucía más linda y animada. Sus ojos emanaban ese brillo de emoción que me causaba ternura.
—Muy bien. Ayer fui a mi consulta y me dijeron que está creciendo correctamente y muy saludable. Estoy contenta —nos regaló una sonrisa.
—Es una maravillosa noticia, Tina. Será un bebé hermoso y fuerte —Jane tomó su mano con otra sonrisa.
Para sorpresa nuestra, el gesto de la rubia cambió. Jane y yo compartimos miradas sabiendo que había algo tras esa expresión nublosa.
—¿Qué fue lo que pasó?
Nos miró por sobre su flequillo rubio haciendo una mueca con los labios.
—Alonzo me buscó hace un par de días. Dice que me ama. Quiere que empecemos de nuevo.
Elevé un poco las cejas. Pero qué ocurría con él. Primero la hería dejándola sola en un momento tan duro para ella y luego regresaba con perdones que sinceramente no arreglaban nada. Él no podía regresar el tiempo atrás ni cambiar el hecho de todo lo que Valentina enfrentó sola. Sus palabras no aseguraban que de verdad hubiera cambiado. No obstante, sus acciones pasadas si dejaban mucho que desear.
—¿Qué le dijiste?
—Que no quiero saber nada de él. Alonzo me hizo mucho daño, no solo me abandonó a mí sino también a nuestro hijo. Lo rechazó desde que supo de su existencia. Enterró la confianza que le tenía. Mi amor por él se convirtió en decepción —sus ojos expresaban el dolor del abandono—. Si él cree que yo voy a volver con él solo porque dice que está arrepentido está muy equivocado. Lo único que me importa ahora es mi hijo. Él ya no es nadie para mí.
—¿No crees que haya cambiado? —le preguntó Jane.
—Espero que sí. Para sí mismo. De esa forma será un mejor padre para este bebé, si lo que dijo de querer estar en su vida es cierto. Porque lo que es yo, ya no lo necesito —nunca había escuchado hablar así a Valentina. Supongo que hay situaciones que te cambian.
En realidad, ya lo sabía.
Jane y yo asentimos, ambas entendimos su dolor. Él había abandonado a una persona que lo amaba sin esperar nada. Y quizá no tenía hijos, ni los tendría en un futuro cercano, pero creía que me sentiría igual si el padre de mi hijo rechazara a nuestro bebé.
Más tarde, frente a mi computadora, mis propios pensamientos golpearon mi rostro. Mi corazón palpitaba fuertemente y a la vez parecía haber olvidado cómo se respiraba. En cambio, la conmoción hacía estragos con mis nervios y mi alrededor comenzaba a girar.
Los resultados eran claros, precisos y sin ninguna posibilidad de ser un equívoco.
Estaba embarazada.
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Guía del Cielo(Finalizada✅)
Roman d'amourMaia y Alec son un par de desconocidos que se cruzan por casualidad. La atracción entre ellos es inevitable, como si se conocieran de toda la vida empiezan algo que, aunque no tiene un nombre específico, se va volviendo cada día más intenso. Sin em...