Capítulo 40||Ocultar también es mentir

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Hay amores con sabor ácido...

Oh. Mierda, pensé en cuanto observé mi camiseta sobre el sofá y mi cajita de pendientes desperdigadas sobre la mesita de centro. Así era como los perdía.

Le di una mirada a Alec y corrí de prisa para tomarlos. Estos días estaba viviendo como si fuera un Sid el perezoso, incapaz de mover un dedo para hacer algo más que trabajar o escribir. Incluso había ciertos utensilios sucios sobre el lavatorio de la cocina y unas cuantas ollas con restos de avena que no lavé.

Maldita memoria.

Cuando volví de mi habitación encontré a Alec aún parado cerca de la entrada del apartamento. Miraba el entorno con paciencia. Y rayos, cómo odiaba que hicieran eso. Parecía que encontraban mi alma cuando entraban a mi casa. Me parecía un acto muy íntimo que nunca me había gustado compartir.

—Eh... —murmuré—. Toma asiento. ¿Te sirvo algo de beber?

Alec dejó de visualizar los cuadros colgados en una de las caras del salón y volvió a mis ojos.

—Té —respondió caminando en dirección del sofá al que estaba más próxima—. De limón —terminó frente a mí y me quedé fría porque en ese momento se sentía más certero el hecho de que estábamos solos.

Tragué saliva como pude y asentí despacio mirando hacia otro lado antes de girar en dirección a la cocina lo más deprisa que pude.

—Cálmate, cálmate —me repetía a mí misma mientras ponía a hervir el agua y comenzaba a lavar los trastes.

Debí decirle que nos viéramos fuera, pensé mientras mordía mi labio inferior.

Continué por varios minutos en medio de muecas desagradables porque no era lindo encontrar los restos de avena pegoteados por las paredes de las ollas. Debía recordar no volver a hacer algo parecido. Aún así, sabía que probablemente volviera a hacerlo porque cuando comenzaba a trabajar en una nueva novela o tenía días pesados en Silky normalmente me olvidaba de la casa. Ya va, me olvidaba del mundo entero.

—¿Qué diablos comí aquí? —murmuré mirando una taza con alguna sustancia verde que me era desconocida.

—¿Quieres que te ayude?

La voz de Alec me asustó tanto que chillé, al tiempo que dejaba caer la taza sobre mi pie.

¡Aaaaaah! —comencé a brincar en mi sitio por el dolor.

Yo no era normal, en definitiva no lo era.

—¡Diablos! —Alec me sostuvo por los hombros mientras yo tocaba mi pie cubierto por las sandalias de casa.

Hizo que caminaramos en dirección al living y me sentó en uno de los muebles para revisar mi pie.

—¿Te duele mucho?

Casi quería llorar —siempre fui muy llorona por golpes que parecían ridículos—, pero negué.

—Ya pasó —de hecho el lugar donde cayó la taza mantenía un dolor latente. Pero él no tenía que saberlo.

Y nos quedamos en la misma posición. Alec acuclillado frente a mí y yo sentada en el sofá sintiéndome un poco tonta por hacer tanto escándalo por un golpe como ese. Mirándonos fijamente con cierta diversión que llegó a continuación con nuestras carcajadas.

—Te sigue doliendo.

—No es cierto —repliqué.

—Tienes cara de haber sido estrellada.

—No te burles.

—Gritaste muy fuerte —acotó limpiando una lágrima gracias a la risa.

—Fue tu culpa.

Guía del Cielo(Finalizada✅)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora