Existen miedos preciosos...
Esa mañana salí muy temprano de casa en dirección al cementerio. Había entrado en una especie de trance anoche. Me sentía fuera de mí.
Después de leer el resultado conmigo, Jane me abrazó, pero ningún signo de emoción brotó de mí. Ni llanto, ni emoción, ni miedo. Ella me hizo compañía toda la noche en que no conseguí pegar un solo ojo. La pobre se había dormido ya a la mañana y no me sintió cuando salí —quería estar sola—.
Me quedé parada frente a la lápida de Mamá Clarice y Papá Harvey. Comencé a limpiar alrededor y quitar las flores secas para colocar las nuevas que tomé del jardín —hacía lo mismo en cada viaje—.
Luego de un momento me detuve a admirar sus fotos en ambas lápidas. El abuelo vestía un terno negro y su sonrisa se enmarcaba por su conocido bigote y barba blanca. Normalmente los hombres con bigote y barba no me gustaban; a él lo amaba.
Por otro lado, la abuela iba vestida por un vestido verde —su color favorito— en una de sus tantas fiestas. Maquillada como tanto le gustaba y con esa sonrisa que siempre me contagiaba energía.
En algún momento, presa de los recuerdos. Las emociones que sentía perdidas se arremolinaron en mi pecho y comencé a sollozar. Lloré como una niña pequeña ahí encogida a la altura de ambas lápidas. Como si estuviera perdida y necesitara de un abrazo para sentir que todo iría bien.
—No es cierto. Por favor, no puede ser cierto —miré al cielo—. No puedo estar embarazada. No puedo —repetí, angustiada.
Estaba aterrada. La sola idea de un bebé me hacía sentir apresada. ¿Qué iba a hacer?
¿Cómo sería la reacción de mis padres?
Mamá se volvería loca.
Lo que era peor, ¿Que diría Alec?
Descansé mi frente contra mis rodillas y solté un suspiro cansado y tembloroso al tiempo que negaba con la cabeza. Eso no podía estar pasándome a mí. Era imposible.
Tenía que serlo.
No podía tener un hijo. Mucho menos de alguien que amaba a otra mujer. Es que me resultaba una idea descabellada.
—Padre, madre. La he jodido hasta el fondo —mi cuerpo temblaba conforme las lágrimas caían—. Cómo voy a decirles. Papá estará muy decepcionado. Mamá no va querer verme —sequé mis lágrimas a pesar de que estás volvían a caer—. Y Alec —mordí levemente mi labio inferior para amortiguar mis sollozos—, ¿Y si no lo quiere? ¿Y si termina aceptando que ama a otra? —mi corazón se apretó y un suspiro escapó de mis labios—. Madre, padre. Solo comprobaré que fui una tonta. Cuando estoy luchando por superarlo, ahora estoy embarazada. Cómo voy a olvidarlo cuando este bebé me recordará por siempre que me acosté con él sabiendo que aún ama a su ex.
Me iba a volver loca. Mi corazón me gritaba que era una mala mujer. No debería estar quejándome de un bebé que yo había hecho porque quise. Pero sentía una revolución por dentro, un miedo que me hacía temblar sin poder evitarlo. Era pánico.
Pánico a un embarazo que no busqué. Pánico a sentirme sola, pánico a que Alec no lo quisiera y cuando creciera no pudiera conocerlo.
Pero sobre todo, pánico a confirmar que Alec no solo amaba a otra sino que también era un hombre que no complicaría su vida con un niño y decidiría olvidarlo.
Eso lo convertiría en alguien peor que Carlo. Al menos él entendió que después del acostón la chica quedó embarazada y se quedó junto a ella. A pesar de su estupidez fue responsable de ambos.
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Guía del Cielo(Finalizada✅)
RomanceMaia y Alec son un par de desconocidos que se cruzan por casualidad. La atracción entre ellos es inevitable, como si se conocieran de toda la vida empiezan algo que, aunque no tiene un nombre específico, se va volviendo cada día más intenso. Sin em...