Capítulo 48||El cielo de mi mundo

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Las personas son como las ciudades, algunas con especial encanto...

Maia

Nunca esperé que el chico flacucho de ojos oliva se convirtiera en el hombre alto con grandes atributos frente a mí. Tuvo un gran cambio, de eso no dudaba ni un poco.

No obstante, su sonrisa y la sensación que tenía cada vez que miraba sus ojos era la misma que cuando nos conocimos. Jay me hacía sonreír y sentir que todo siempre estaría bien.

Si era verdad lo de las almas gemelas. Jay era la mía.

—Pero qué hermosa —me repasó de pies a cabeza—. Mí Leona favorita es mucho más hermosa estando embarazada.

Entrecerró los ojos hacía él y la pelinegra que se encontraba justo a su lado.

—Me estás adulando para que olvide que ambos se han puesto de acuerdo para sorprenderme. —acusé señalándolos con el índice de mi mano derecha.

Ambos se miraron echándose a reír en el proceso. Cómplices desde que se conocieron.

—Estaba preocupada porque no contestabas a los mensajes que te envié.

—Llevo viajando casi un día, Leona —me despeinó un poco al tiempo que le pegaba un manotazo.

Sus ojos viajaron detrás mío por un par de segundos antes de darme otra mirada al tiempo que sus cejas se arqueaban. Y puede que fuera algo tonto, pero había olvidado que Alec y Max también estaban ahí.

Volví a sonreír casi con nerviosismo. Jay contuvo una carcajada al tiempo que yo tomaba su brazo y junto a él volteaba hacia padre e hijo. Alec nos observaba tranquilo y en posición recta mientras Max jugueteaba con sus dedos y nos miraba con clara expectativa.

—Alec, Max. Él es Jay, mi mejor amigo de la infancia —les dije con una sonrisa—. Jay, él es Alec y Max, quien por cierto, estaba ansioso de conocerte.

Jay sonrió hacia ambos. Max lo miraba enmudecido y parpadeante junto a su papá. Era como si su energía se hubiera detenido de golpe y no supiera qué decir o hacer.

—Un gusto, Alec —se acercó mi amigo para brindarle una mano. Alec tomó un par de segundos antes de tomarla—. Hola, Max. Maia me ha contado que eres un gran deportista.

Los ojos del niño se iluminaron de inmediato.

Había llamado a Jay para contarle que me mudaba a la mansión y hablamos sobre Max y cómo se tomó mamá el hecho de que Alec tuviera un hijo —no biológico—. Así que no era una sorpresa para él encontrarlo ahí.

—Maia dijo que tú y ella iban a campeonatos. ¿Jugarías conmigo? —Jay asintió en medio de una sonrisa en dirección al niño.

—Claro que podemos jugar juntos. Espero no haberme oxidado.

—Oxi... —Max frunció el ceño con confusión y buscó mi mirada en un gesto parpadeante.

Solté una risilla que lo hizo sonreír en un encogimiento de hombros y acercarse un poco más a mí. Incliné mi cabeza para mirarlo.

—Quiere decir que espera que la vejez no le haya hecho olvidar cómo se juega.

Jay soltó una queja entre dientes hacia mí haciendo que el pequeño Max soltó una risotada con gracia, tapándose la boca en el proceso.

—La tía Mica se pinta las canas. ¿Tú también?

—¡Max! —se espantó Alec sin poder creer las palabras de su hijo. Compartimos carcajadas ante la graciosa situación.

Guía del Cielo(Finalizada✅)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora