[15] 𝙻𝚘𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚍𝚒𝚌𝚎𝚗 𝚖𝚞𝚌𝚑𝚘 𝚎𝚗 𝚜𝚞 𝚜𝚒𝚕𝚎𝚗𝚌𝚒𝚘

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Sábado, domingo y lunes fueron días de lluvia bastante fuerte, aunque no torrencial; y aun así tuve que tragarme las quejas de los demás lobatos porque retrasaron la festividad y la pasaron para el sábado siguiente. Aquel improvisto sólo consiguió que mis niveles de estrés escalaran bastante rápido, aunque no lo suficiente para adelantarme el Celo. Encerrarse y calmarse era una método eficaz, al menos por el momento.

El martes todo estaba lleno de porquería, tuve una pelea bastante intensa con Jonah y ambos acabamos con los pómulos dañados. ¿La razón? Al muy imbécil le pareció divertido invadir mi territorio y esconderme los guantes de boxeo por la casa. ¿Mi venganza? Escupirle dentro de la almohada y joderle parte de la armonía olfativa de su habitación.

Tuvieron que separarnos el lobo de guardia y otro más que no había visto todavía. El sermón no funcionó para ninguno de los dos.

El miércoles no me interné en el bosque aunque me muriera de ganas de ir, espiar a ese imbécil y volver con mi rutina. En su lugar me largué al pueblo cotillear un poco el ambiente que había por Ophelia, y a decir verdad no había mucho que ver en un día normal aunque estuvieran preparando los primeros pasos del festejo. 

Pero el jueves, justo cuando salgo de un bar de beberme una cerveza para pensar en lo que tengo que hacer, aparece la persona que menos me interesa ver: Keyth en la calle de al lado, con un par de mujeres jóvenes posiblemente coqueteándole.

Lleva una ajustada camisa a cuadros blancos y rojos de leñador, unos vaqueros abombachados y una botas, a lo que supongo que habrá salido del trabajo por la hora que es. Sólo es un momento en el que lo estudio rápidamente, me doy la vuelta aprovechando que está de espaldas y doy mis primeros pasos con intenciones de largarme. No me he dado cuenta que me ha olido por estar demasiado cerca de mi Celo, tampoco que me persigue porque mi cabeza sólo está llena de preguntas que no serán respondidas. El único momento en el que sé que él me ha seguido es cuando doblo la esquina de una caseta y tras una bocanada de aire, al tragar, lo capto.

—¡Eh, princesa! —me llama, pero yo sólo me giro para darle un corte de mangas y me vuelvo sólo para alejarme.

A duras penas recorro unas cuantas de calles cuando él me alcanza en un par de zancadas. Maldigo mi suerte, maldigo su altura y sobre todo que mi cuerpo ahora mismo parezca un faro para atraer miradas por parte de lobos camuflados entre humanos. Peor todavía es cuando eres lobato, ya que tus hormonas son demasiado intensas, y en tu Celo parece que te has bañado en una piscina llena de perfume.

—Pensé que los lobatos ibais en grupos como los pandilleros que sois —dice muy tranquilo, llevándose un cigarro a los labios. No respondo—. ¿Te ha bajado la regla y por eso estás tan malhumorado? Tendrías que sentirte orgulloso de que un adulto no te trate como a una basura que no existe.

Su honestidad me irrita, pero mucho más ese pronunciado tono burlón que tiene para dirigirse a mí.

—No soy un lobato normal, pero tú ya dejaste claro lo que pensabas en el almuerzo de la semana pasada.

—Tienes que aprender a ser elegante y mordaz, como lo fue tu padre cuando le solté algunos comentarios sobre opiniones contrapuestas —responde, aunque no puede importarme más que la mierda de animal que huelo cuando estamos llegando al final del pueblo—. Oye, sé que en este pueblo de mierda no hay nada interesante hasta el sábado. ¿Quiere que vayamos a una taberna de lobos que hay a diez minutos en coche?

Me detento y giro para mirarle a la cara. Tiene la expresión seria, aunque calmada, y temo decir que no muestra ninguna actitud asquerosa más allá de esa personalidad que posee. Lo único que no me queda claro es por qué razón un adulto querría tener a un lobato cerca.

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora