[17] 𝙻𝚘𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚓𝚞𝚎𝚐𝚊𝚗 𝚌𝚘𝚗 𝚏𝚞𝚎𝚐𝚘 𝚑𝚊𝚜𝚝𝚊 𝚚𝚞𝚎𝚖𝚊𝚛𝚜𝚎

149 23 6
                                    

El camino desde el territorio hasta el pueblo no está muy lejos si utilizas el coche, pero puedo admitir que el ambiente dentro está un poco cargado: Los lobatos hablan entre ellos, siendo tan idiotas que sueltan abiertamente todos sus planes una vez bajen; Keyth conduce con un gesto estoico, lo que no estoy seguro si eso es bueno o malo; y yo me concentro en mantener la calma. Es difícil. El olor de él me perturba, y sumado al de los lobatos siento una mezcolanza de asco, rechazo y duda. Su éxtasis por salir es lo único a lo que me aferro para que el cuerpo no me traicione.

Ellos son los únicos que hablan. Yo sólo observo de reojo al lobo gigante, quien me responde alguna vez suelta durante unos segundos con la mirada antes de transformarse en una estatua impasible. Este lobo es complicado de leer, no es como el típico adulto al que estoy acostumbrado a interpretar con su expresión corporal.

No sé si está confuso, si está tenso, si está enfadado, si está conteniendo sus hormonas cuando responde a las mías... sólo sé que tiene un fuerte sentido de la concentración. También está el hecho de que he notado un doble comportamiento: Con los lobatos es estricto, con los adultos es correcto. No sé si eso es bueno o malo. Es raro.

Diez minutos después llegamos hasta un aparcamiento a las afueras del pueblo. La música no es del todo mala y es bastante bailable, incluso olemos nada más salir el aroma de los puestos de comida. Nos sentimos hambrientos pese a que no haya pasado mucho tiempo desde que terminamos de cenar; aun así, los lobatos siempre tienen hambre. Hambre de todo, son agujeros negros.

—Si veo que armáis jaleo para mal... —advierte Keyth, tomando una lata de cerveza que no duda en reventarla como un globo lleno de aire. Todos se quedan mirando, paralizados—. Eso es lo que haré con vuestros cojones. —La lanza a una papelera un tanto alejada, la cual encanasta con bastante habilidad—. No me importa que folléis como cerdos, os pongáis borrachos, os droguéis como subnormales o bailéis hasta el amanecer. No quiero robos y tampoco problemas. Si el resultado es positivo os compraré un cartón de tabaco a cada uno cuando vuelva.

Todos exclaman palabras ininteligibles antes de desaparecer hasta el interior del pueblo. Se nota que no hace mucho fue lobato, ya que sabe bien como manejarlos. ¿Quizás así seré yo en el futuro? No, la respuesta es no. No estamos en una guarida principal, sino en una casa de verano. Las cosas son distintas, y soy consciente de que Bones quiere que seamos un equipo en lugar de una pirámide definida por rangos en ciertos aspectos. 

—No está mal para un guardabosques, ¿eh?

No hay respuesta verbal de mi parte. Sólo percibo que Keyth tiene una belleza gélida, gana cierto encanto cuando está serio y calmado en lugar de ocupar ese tono condescendiente y ácido que emplea para joderme. Parece en estos momentos una estatua y los ojos en mí, tan gélidos como atentos, me hacen preguntarme si realmente él puede llegar a ser tan encantador como ese bobo de Tarek. ¿Mi opinión? Imposible. Su exterior es frío y controlado, elegante visto con perspectiva. 

—¿Cómo un gigante como tú puede seguir soltero?  —La respuesta se me escapa de mis labios, hallando un imperceptible rubor que no tarda en desaparece cuando hallo el peligro en su cara. Los rasgos se han petrificado, afilado incluso. Me pone tenso—. Qué desperdicio... Supongo que lo eres por esa cara de amargado —murmuro, dándome la vuelta sin esperar una respuesta de su parte.

Saco el cigarro de mi cajetilla para llevármelo a los labios. No hace falta ser muy listo para saber que ese gigante sólo me va a perseguir a mí, y también que Tarek estará en algún lugar para buscarme con la mirada. Sólo espero que no sea tan imbécil de meterse en una pelea con él o le saldrá caro.

—¿Siempre quieres llamar la atención? —dice tras de mí, deteniendo mis pasos antes de cruzar el enorme cartel que da la bienvenida a la gente. Le ha dolido un poco, ya que esa pregunta ha sido lanzada a la defensiva—. Parece que eres de esos que les encanta, sino se sienten solos y tristes. 

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora