[37] 𝙼𝚘𝚟𝚎𝚛 𝚢 𝚊𝚖𝚎𝚗𝚊𝚣𝚊𝚛

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Me despierto justo a tiempo para pillar a Keyth saliendo de la ducha para vestirse, aunque intento que no me pille. Hoy tiene que ir a un lugar con la furgoneta —ya que se la arreglaron hace poco—, y seguramente sea un trabajo. Lo admiro a la distancia: ágil, fuerte, exótico, grande, inteligente... definitivamente por cada día que pasa mi cerebro acepta que tener a alguien como él a mi lado es la opción correcta. Hay algo en esa oscuridad que guarda para sí mismo que, en el fondo, creo que él se ha dado cuenta que yo también estoy creando una versión más suave a sus espaldas.

—¿Qué es lo que me estás haciendo, cachorro? —susurra, llevándose la mano al corazón durante unos segundos. No entiendo a qué se refiere exactamente.

Cada día que trascurre, la ausencia física de Tarek potencia el enfado que guardo en mí; una esquirla abogando a ser una llama y no una cerilla sin prender. Es difícil de explicar. Es como si, por el hecho de no poder tocarlo a él en concreto, algo en mi pecho duele una y otra vez como una aguja que no deja de moverse; y la única forma que tengo de detenerlo temporalmente es rompiendo algo o mediante el deporte... como Rowen.

Aún no puede venir, pero me ha asegurado que falta muy poco. ¿Cuánto? No hay fecha exacta y ya estamos a veintiséis de diciembre. 

Ayer, siendo navidad, vivimos una fiesta intensa con toda la comunidad aunque yo me la pasara estudiando a todos: Somos un total de cincuenta lobos sin contar a los seis cachorros de Ivy (47 hombres y 3 mujeres), en edades muy dispares (5 lobatos, 2 mayores de treinta, 20 mayores de cuarenta, 15 mayores de sesenta y 5 que tienen ya los noventa; las mujeres son mayores de cuarenta). Nunca conocí a un lobo tan viejo. Aunque la palabra en sí no tiene sentido cuando lo ves cara a cara. Lo único que lo diferencia de los demás adultos de avanzada edad son las escasas canas que aparecen y unas ridículas arrugas en alguna parte de su cara; pero, su cuerpo está totalmente tonificado, con piel áspera y músculos bien definidos. 

La experiencia de vivir una festividad en una manada es muy distinta a la de hacerlo en una comuna. Es un ambiente distinto; el habitáculo huele a absolutamente todo. Por supuesto, las lobas son siempre las que empiezan, ya que son conscientes que los cachorros son como un reloj y sus horarios son un asco para ellas. Su cortejo es interesante: Empiezan con una charla amena con un coqueteo velado, expandiendo su domino entre el género masculino, y cuando varios son atados a la red... pelean entre ellos para irse con la loba.

Uno gana y se la lleva, los demás pierden y quedan con el ego herido.

Ivy es distinta. Ella no está interesada en cualquier lobo, sino en mi lobo. Mío. Y eso es lo que pasa en la mayor parte de la fiesta, la mirada de ella y mía choca como el impacto de dos piedras. No lo hace descarado y tampoco se acerca directamente. Ella no vacila en demostrar la experiencia de una mujer experimentada y sexy, contorneándose con su vestido ajustado para atrapar miradas y llamar la atención conforme baila.

Caí en su trampa.

No me di cuenta que, en esta pelea, él estaba muy borracho y súper complacido de que pelearan por él en medio de un espectáculo. Fue divertido (para los demás) presenciar los reiterantes rechazos que le di a Kitt y que su hermano, Gale, tuviera las neuronas suficientes para evitar meterse en medio la mayoría de las veces; sin embargo, estar en un entorno de lobos borrachos y cachondos puede resultar incómodo. Olvidan que eres lobato, y a veces sus comentarios y bromas rozan lo grotesco.

No me quedó otro remedio que abandonar mi investigación y arrancar a Keyth de la casa comunal para llevármelo a la zona boscosa. Recuerdo que lo empujé contra un árbol con todas mis fuerzas, rabioso y los cabellos totalmente transformados en agujas. 

—¿De quién eres tú, pedazo de mierda? —le preguntaba, muerto de celos.

—¡Tu lobo! ¡Tuyo! —gritaba él siempre que le hacía esa pregunta—. ¡Siempre tuyo!

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora