[50] 𝙴𝚕 𝚝𝚎𝚛𝚌𝚎𝚛 𝚜𝚎𝚌𝚛𝚎𝚝𝚘

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Los gritos de Keyth hacen que me sobresalte, y después Tarek gruñe algo que no escucho bien. Puedo oler el humo a nuestro alrededor, y veo al lobo entrando para arrancarme de la cama y llevarme hasta el coche; no importa que le grite que me baje, que explique la situación o cualquier cosa que me resulta más obvia. Nada de eso. El instinto le impulsa a salvar a lo que más aprecia, y eso que Keyth ama a sus coches.

Aunque quizás no tanto como siempre me quiere hacer ver.

Tarek tarda a duras penas unos segundos entrar en el coche por la parte de atrás, dándome mi ropa; y justo en ese momento, Keyth lo hace por la puerta del conductor para arrancar el todoterreno y dejar las cosas atrás. La tienda, los asientos, la mesita, la nevera portátil con algunas cervezas por si nos hubiera dado sed por la noche, y posiblemente alguna cosa que he pasado por alto. 

Sale pitando de los bosques de Batavia, donde el mundo se ha transformado en un infierno de humo, calor abrasivo potenciado por ser verano, animales corriendo como locos y un tanto mareados por el humo que hemos inhalado. Nuestra piel incluso está manchada, pero no nos importa. 

Conducir hasta meternos en la ruta 42 puede resultar la razón más obvia, aprovechando que a esta hora no hay coches. O lo sería si no nos hubiéramos dado cuenta que el primer problema —una calle en obras cerca del Speedway— nos obliga a subir por la Old State 74 y conducir como alma que lleva el diablo. Desde el espejo retrovisor veo cómo Tarek se carga un arma, la cual no estoy seguro si un policía de su clase puede llevar una o no, pero en cuanto me pilla viéndole sólo me sonríe con inocencia.

¿Debo de preocuparme, Tarek? 

—¿Qué coño ha pasado? —le pregunto a Keyth justo cuando vemos el cartel de Cincinnati que separa el territorio de Ohio con Kentucky. 

El lobo pega un volantazo para meterse en la ruta estatal 71, ignorando por completo al coche de policía que intenta seguirnos el paso.

—Fue en unos escasos minutos. —Consigue decir rápidamente, iniciando a callejear hasta que no le tiembla el pulso de romper buzones aunque puedo oler su enfado. Joderse el coche no es precisamente una buena idea, aunque estamos desesperados—. Durante la guardia no había ningún movimiento, así que cuando quedaba casi veinte minutos para las seis de la mañana, me fui a mear. No muy lejos, obviamente. El problema es que cuando estaba acabando, automáticamente olí el humo y mi primer impulso fue volver a toda prisa.

—Eso explica que te hayas manchado el pantalón —suspiro. Tomo la bolsa de debajo de mis piernas y me pongo a rebuscar—. ¿Necesitas que te quite el poli de en medio?

—Por favor.

—¿Vivo o muerto?

—Vivo. —Porque no quiere que mis posibilidades de que sea mi pasivo por un día se cumplan, pero no soy tan hijo de puta. Quizás el poli tenga familia y no quiero dejar posibles niños sin su padre—. A ser posible, intenta joderle las ruedas para obligarle a frenar.

—No tengo las púas aquí, están en el maletero; y dudo que pueda apuntar con un cuchillo pequeño con esta velocidad.

Keyth deja escapar un largo suspiro y sacude la cabeza, arriesgándose a reducir la velocidad. De todos modos yo he decidido coger una botella que rellené con pintura negra. Me hubiera gustado mezclarla con alquitrán para que limpiarlo fuera peor, pero es inflamable y no me fío demasiado.

Bajo la ventana, saco la cabeza y el brazo con la botella y lo veo ahora todo un poco mejor: Aunque el coche de policía tiene ese molesto ruido ululando en nuestra persecución, detrás hay varios todo terrenos que intentan no llamar la atención. No me engañan, sé que son lobos, pero no a qué manada pertenecen. Tomo una profunda bocanada de aire cálido, y justo cuando estamos atravesando la parte de Westside, lanzo la botella con pintura justo en la parte del policía para que la pintura se expanda por el cristal delantero. El coche es obligado a frenar, haciendo movimientos erráticos, hasta que se sale de la carretera al vacío.

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora