[45] 𝚀𝚞é 𝚁𝚊𝚛𝚘 𝚎𝚜 𝚂𝚘𝚛𝚙𝚛𝚎𝚗𝚍𝚎𝚛𝚝𝚎

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Escucho el ritmo goteante que proviene del techo, sin siquiera ser lluvia. Yo sé que no lo es. También sé que todo a mi alrededor es oscuridad y sombras, porque yo así lo quise y Keyth me lo dejó caer hace dos días; estando más serio que de costumbre. ¿Más serio? Desde luego que sí.

—¿Qu...? —La voz de Tarek se escucha en algún lugar de la oscuridad, pero algo lo ha silenciado.

Me niego a abrir los ojos y trato de ignorarlo la presencia de ese lobo gilipollas, el cual seguro que ha entrado por la puerta del habitáculo del subterráneo. Debería azotarlo ahora mismo por estorbar mi entrenamiento, uno que me está tocando los cojones porque cualquier gilipollez tarde o temprano me rompe la concentración. 

Sé que Keyth se mueve ahora, el escaso aire de este lugar sacude su aroma y me está comentando poco a poco que se está acercando a mi cuerpo. Espero unos segundos, porque es lo que necesito para escuchar el sonido sordo de su pie, tomarlo de la mano y lanzarlo por encima de mi hombro con un buen tirón. Sé que su espalda ha tocado el suelo acolchado, y también se ha quejado, pero sobre todo ha disfrutado el momento en que no me he separado para poder sentarme sobre su boca del estómago y darle un beso húmedo.

Todavía no abro los ojos, aunque de todas formas tampoco vería nada al no haber nada de luz dentro.

—¿Qué tal lo he hecho?

—¿El beso estará incluida en las siguientes prácticas? —pregunta, y yo sonrío—. Te lo pregunto, porque si eso forma parte de tu plan cuando tengas que matar a alguien, sabes que tanto yo como Tarek nos pondremos terriblemente celosos de que otro toque esos labios.

—¿Me estás insinuando si quiero ser una puta?

A Keith se le escapa una risa ronca que intenta amordazar, lo cual a mí no me hace tanta gracia pese a que la pregunta es irónica.

—Yo nunca insinuaría tal cosa, cariño.

—Arg... Cuando me llamas así pierdes encanto —suspiro e intento levantarme, pero el lobo me inmoviliza y se mueve tan rápido que ahora el que está tocando la espalda en el suelo soy yo—. ¡Eh!

—¿Qué está pasando? ¡No veo nada! —exclama Tarek, soltando un quejido porque creo que se ha golpeado la pierna con el sofá.

—¿Y ahora pierdo encanto? —susurra. Noto perfectamente una gran razón presionándome en el estómago, pero yo sólo me mantengo callado hasta que él es ahora quien me besa para poder arrancarme un poco de aliento. El beso es breve—. ¿Quieres que paremos? Llevamos cuatro horas aquí dentro, mayoritariamente a oscuras y es imposible concentrarse con Tarek dándose golpes por todos lados.

Mi única respuesta es un quejido quejumbroso, pero sí que tiene razón con que deberíamos de parar ya un poco. Es la segunda vez después de todo este tiempo que Keyth no me ha embestido con su cuerpo, lanzado como una estúpida muñeca contra el sofá o hacerme la zancadilla para hacerme caer de boca.

Levanto mi mano para acariciarle el rostro, hasta que los dedos se pierden en un cabello rubio que no puedo ver aunque ahora tengo los ojos abiertos. Bajo su cabeza, robándole otro beso con lengua, y la segunda mano se la hinco en el pecho con tanta fuerza que gruñe hasta empalmarse por completo.

—Qué raro es sorprenderte, Keyth —siseo, conteniendo las ganas de reír—. ¿Desde cuándo te me pegas tanto y te aprovechas de nuestra cercanía?

—¡Eh, os estoy oliendo! —grita Tarek, tropezándose con algo más que le hace caerse contra el suelo—. Joder, qué asco... No veo nada —se queja en un gemido agudo.

—Será mejor que dejemos de tontear y salgamos a c... —La voz de Keyth es interrumpida justo cuando nota que estoy bajando la mano hasta meterla debajo de los pantalones y le agarro la erección—. ¿Enserio?

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora