[20] 𝙽𝚘 𝚙𝚞𝚎𝚍𝚎𝚜 𝚎𝚟𝚒𝚝𝚊𝚛𝚕𝚘

162 21 12
                                    

[𝙳á𝚖𝚊𝚜𝚘 — 23 𝚊ñ𝚘𝚜]

Hay un instinto extraño cuando creces, donde lo más inocente va tomando forma hasta hacerse más visceral y morboso, y en el momento que tienes la oportunidad de hacerlo... simplemente lo llevas a cabo. Supongo que durante este tiempo parte de mi vida se ha tambaleado, entre secretos y escapadas nocturnas; hematomas que escondo por mi cuerpo, el sabor metálico de la sangre que provoco en un beso ansioso, palabras que se transforman en sonidos cuando los cuerpos friccionan, y el anhelo —junto al deseo— arden aunque el contrario a duras penas puede respirar de la emoción.

No puedes evitarlo, o al menos... yo no puedo hacerlo.

Todo esto lo sé cuando Tarek me encierra entre sus brazos, balbuceando medio ido palabras que no puedo comprender. Cada vez que hago una bajada él exhala un jadeo profundo de deseo, junto a los ojos en blanco, y suplica que lo haga de nuevo; cada vez que los labios se juntan y me arranca el aliento por el hambre; cada vez que le muerdo hasta hacerle sangrar de la rabia; cada vez que se corre con aquel líquido espeso y caliente, acumulándolo con las demás porque no dejo de moverme sobre su cuerpo. 

Le exijo fuerza, y él me la da en cada estocada aunque le duela la garganta.

Le exijo obediencia, y él lucha hasta que un beso lo ablanda por completo.

Le exijo velocidad, y él se sobresfuerza hasta que el sudor se apega a la piel.

Yo exijo, él me ofrece. 


Para cuando sé que Tarek no puede darme más de sí, decido dejar de apretarle el pecho. Ese gran pecho ancho y musculoso, velludo, que se le ha quedado tras hacer su cambio tras cumplir los veinticinco. Si antes ya me parecía atractivo, ahora es tan tentador como un pedazo de tarta de zanahoria: Su boca siempre sabe suave y dulce, su voz grave es una caricia contra la piel, y su cuerpo se ha quedado en el metro noventa y siete. Ha crecido un poco más y también se ha ensanchado; aunque no me importa, porque sigue siendo tan feliz conmigo que todo lo demás es un complemento. Quiero que sea alegre. 

Tarek siempre tiene que ser Tarek.

—Has sido un buen macho, y has superado tu propio récord —le susurro en el oído, escuchándole dar profundas bocanada de aire mientras el pecho sudado y apestoso se le hincha. Se mueve arriba y abajo; no necesito saber que está sonriendo con satisfacción—. Ahora vamos a la bañera, para que recibas ese premio para que sólo yo pueda limpiarte en todos los rincones de tu cuerpo.

Su respuesta es un gruñido cascado y agotado que destila placer. Hace un gran esfuerzo por levantarse del colchón, pero no puede; le tiemblan las piernas.

—¿Pu... puedo descansar un poco antes?

—Grúñeme cuando estés preparado. —Muerdo su quijada y salgo de él. De su boca escapa un gemido tan profundo que estoy seguro que ha resonado en toda la guarida, y lo sé porque Keyth ha respondido al sonido con un murmullo bajo. Ya sé dónde se esconde—. Recuerda: Descansa primero, después llámame. No quiero volver a tener que arrastrarte hasta el baño para soportar tus gimoteos de frustración.

—Qué malo eres conmigo, ángel —murmura, llevando su mano hasta mi cara para acariciármela, y después me deja ir.

Tarek adora el contacto físico. Siempre que puede me toca en cualquier rincón, ya sea un toque íntimo o una simple caricia para que su piel huela a mí. Es lo que lo calma cuando se estresa, lo que le anima cuando tiene un día de mierda en el trabajo, o cuando se siente solo tras darle vueltas a las cosas.

Crecer le ha venido bien, pero su mente sigue conservando las grietas de antaño. Le duele que su madre se haya burlado de él, cuando fue a visitarlos el mes pasado. Volvió más roto que antes, soportando lágrimas que no quería enseñarnos e intentó esconderse en una sonrisa demasiado exagerada para mentir de que todo iba bien.

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora