[19] 𝙻𝚘𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚟𝚒𝚐𝚒𝚕𝚊𝚗 𝚊𝚕 𝚙𝚛𝚘𝚝𝚎𝚐𝚒𝚍𝚘

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—Qué raro que te levantes tan tarde. —Jonah me observa desde su silla con el nombre pintarrajeado en rotulador permanente. Tiene la boca manchada de miel, aunque no estoy seguro hacia donde está mirando exactamente—. Oh... Ya veo la razón.

Me rasco el cabello con pereza y tomo asiento en mi silla, la única que no tiene nombre pero que huele a mí por mucho que la laven. Prefiero no hacerle caso a esa sonrisita que se le escapa, aunque es inquietante el hecho que no me quite el ojo de encima.

—Parece que un vampiro te dejó marcas imborrables... —se burla Enzo, encendiéndose el porro con un gesto vago—. Tardaste una semana en venir, así que supongo que encontraste a alguien por instinto y tu Celo reventó; al menos a esa conclusión llego por haber tardado tanto.

—Mis Celos duran cinco días —me meto un trozo de tortita en la boca, observando que se le cae el pitillo en el cenicero y Jonah se queda con su parte del desayuno en la boca—. Qué. Es normal para mí que dure tanto, y luego necesito dos días de descanso porque gasto demasiada energía. Me vuelvo bastante activo y violento —Prefiero restarle importancia, ya que si avivo demasiado el avispero alguno me picará tan profundo que todo se irá a la mierda.

Aunque hayan pasado dos semanas desde que tuve mi Celo, las malditas marcas no se van de mi cuerpo —sólo se quedan en un suave tono purpúreo— y estos imbéciles no dejan de bromear sobre ello de vez en cuando. Prefiero no darles ninguna importancia, pero a lo que sí lo hago es al hecho de saber que en Ophelia, mayo es una estación tormentosa aunque sean en escasos días aleatorios. En mayor medida hay sol y altas temperaturas, lo cual está bien si acepto la idea de ese gigante de hielo con su idea de salir de vez en cuando a hacer senderismo. 

Una vez terminó la fiesta y estuve en paradero desconocido, los chicos se pusieron un poco ansiosos según escuché, pero cuando vino Keyth conmigo para dejarme y darles el tabaco, los ánimos se relajaron bastante. Claro que Enzo fue el único que se percató de que tanto el gigante como yo teníamos una mirada extraña, y simplemente lo dejó pasar. Tomó su cartón, dio una calada al porro y se largó a su habitación. Así es él: Observa, analiza y luego se va sin decírselo nada a nadie. Es quien más peligro tiene de que me pille.

—No encontré a nadie apto, en realidad. Son marcas de golpes, ya lo dije varias veces —Me obligo a suspirar con un deje decepcionado, sacándome un cigarro para después—. Ese macho imbécil me tuvo encerrado en una jodida granja hasta que volví a tener consciencia, quedándome tan débil que no podía ni caminar. —Aparto la mirada, murmurando—. Mi Celo da asco...

Y da miedo. Miedo de que el control desaparezca y el instinto tome las riendas, alejándome de mi camino principal.

Repito las mismas palabras que Keyth me ha insistido que dijera si una vez salía el tema. No es que me resulte excepcional, pero ya que se ha molestado en dejar mi peste en la granja antes de llegar al lago... alguna coartada tendremos que tener. El problema que tengo es el idiota de Tarek, el cual se escaquea de su trabajo siempre que tiene un descanso o le dan un día libre cuando no hay nada que hacer. Siempre en el mismo lugar, escondido, vigilándome de que no la cague de ninguna manera pero es imposible que los demás no sean capaces de pillar a ese idiota.

Bueno, en realidad lo huelen, y me han preguntado si sé la razón de por qué un lobo nos espía, dando una única respuesta: Tiene un retraso mental.

No se me ocurrió nada bueno, así que tiré por lo fácil y a todos les pareció divertido —al principio— molestarlo con bolas de barro o perseguirlo para alejarlo del territorio. Después se aburrieron, ya que Tarek no hace nada "importante" para entretenerlos. Es clara la falta de interés cuando no se responden las provocaciones y, al fin de cuentas, los lobatos somos bombas de relojería y tus únicas opciones son seguir el juego o alejarte.

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora