[24] 𝙽𝚘 𝚙𝚞𝚎𝚍𝚎𝚜 𝚎𝚗𝚊𝚖𝚘𝚛𝚊𝚛𝚝𝚎 [𝙺𝚎𝚢𝚝𝚑]

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[𝙺𝚎𝚢𝚝𝚑]

Dos veces me enamoré: En la primera, la niña no era suficiente según mi padre; la segunda... no creía ser suficientemente buena para mí.

Por aquel entonces yo era un lobato que aspiraba a ser uno de los mejores. Pensé que ser guapo, inteligente, fuerte, perfecto y popular era suficiente para tener todo lo que me propusiera... porque así me lo enseñó mi padre. Sin embargo, la otra cara de la moneda —un mundo lejos de las normas adultas— me mostró que existía gente más allá de los muros de la obediencia y la pulcritud en sus expedientes académicos.

La conocí en un bar. Cuando la vi, tan elegante y misteriosa, supe en ese momento que ella iba a ser una musa... pero no que se transformaría en una pesadilla para el resto de mi vida. Una vida muy, muy larga. En un principio mis compañeros de habitación intentaron ligar con ella, empleando todo tipo de artimañas que a mí me resultaron estúpidas: Ella era demasiado lista para creer que ellos tenían una oportunidad. No buscaba un chico malo, sino alguien a su altura.

Yo por aquel entonces tenía dieciséis años, y aparentaba más de veinte con mi cuerpo y la barba casi completa; ella tenía diecisiete, y el maquillaje la hacía tener un poco más que yo. Tenía los rasgos muy definidos para ser una adolescente, pero con solo verla sola en una mesa leyendo un libro sabía una cosa: A ella no le temblaría la mano de reventarte el botellín de cerveza en la cabeza si le metías mano. 

No era una chica mala, aunque tenía carácter. Era la personificación del verano antes de transformarse en un enseriado otoño.

Verano, fue el mismo día que la conocí. A principios.

En un principio se mostró cauta y yo arriesgué por conocerla mediante detalles que observaba: Leía una novela sobre epístolas francesas, su ropa era neutra en cuanto a género y los colores tibios, el maquillaje un poco llamativo pero sin parecer una payasa, y por supuesto que la postura hablaba por sí sola. El esfuerzo, tras treinta minutos de tira y afloja, me hizo ganarme la oportunidad de sentarme con ella.

Hablamos toda la noche hasta el amanecer. De todo y de nada. A veces bromeábamos, otras intercambiábamos opiniones, y aleatoriamente aceptaba algún acercamiento hasta que me prohibía el paso. Éramos compatibles en gran medida.

O eso pensé.

Durante todo el verano nos veíamos de tres a cuatro veces a la semana, yendo de un lado a otro. Y simplemente me enamoré en silencio. Las salidas iniciaban siendo puramente intelectuales, tiempo después retozábamos en el bosque y en el último mes de verano todo estalló. Nos volvimos locos; ni siquiera supe cuántas veces follábamos los días que nos encontrábamos. Simplemente empezábamos y perdíamos la noción del tiempo.

Ese último mes fue como bajar de una montaña... de boca. Contra el suelo.

Yo estaba tan enamorado que no me di cuenta de nada, y ella era buena guardando secretos... incluso los propios.


El primer día de otoño era demasiado temprano para vernos, pero yo quería hacerle una visita sorpresa. Lo había planificado todo: El lugar para pasear, dónde haríamos el picnic, dónde follaríamos después de la siesta, qué canciones escucharíamos como música de fondo, la comida... Ese día me pareció perfecto e ideal. Todavía era un poco caluroso pese a que el viento arañaba un poco la piel por la frescura. 

En cuanto llegué a su casa y vi las ventanas abiertas, pensé que me invitaba a colarme por ahí como hacíamos de normal sin que sus padres nos pillaran. Escondí la cesta, tomé la escalera llena de hiedra reseca y escalé en dirección a la ventana de la primera planta. Conforme subía, mi sonrisa iba borrándose sin yo saber la razón, hasta que el sonido de un balanceo casi apunto de llegar me hizo quedarme estático.

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora