[54] El séptimo par

99 18 6
                                    

No sé a quién cojones estoy esperando, escondido en el aparcamiento cercano a Deep Ellum como dijo la estúpida carta de H. ¿Quién coño es "H"?

En mi mente, imagino posiblemente a un tipo escuálido y esmirriado, y en el peor de los casos un matón propio de la mafia siciliana. No lo sé, he visto muchas películas últimamente. Pero es un hecho que ese alguien es un lobo, sabe que no estoy solo y que me estoy quedando temporalmente en Dallas. Sea quien sea, quiero creer que no nos ha encontrado a la primera... porque entonces seríamos los peores incógnitos de la historia de la humanidad.

Como cabe esperar, yo nunca he sido un chico bueno desde que me hice lobato, así que Keyth me está vigilando desde el coche con unos prismáticos y Tarek estará por ahí para no dar el cante. O quizás intentándolo. Sea como sea, le hecho es que yo llevo aquí diez minutos como un completo gilipollas conforme me fumo un pitillo, mirando el reloj a cada rato. 

Técnicamente quedan cinco minutos para las seis. ¿Por qué coño la gente no puede adelantar las cosas y dejar de ser demasiado puntual? A mí me gusta improvisar con la marcha, ir a mi aire. Esto es una limitación.

Cuatro minutos. Enciendo mi segundo cigarro.

Tres minutos. Aprieto la mandíbula porque todo me parece eterno.

Dos minutos. Doy una calada, echo la mirada hacia donde debería de estar Keyth pero el coche ya no está. Extraño.

Un minuto. Sacudo la cabeza y doy la tercera calada. Desde que me pasé al tabaco de liar puedo parar cuando me dé la gana y no me quedaré sin cigarro.

Las campanadas desde algún lugar suenan: Uno... dos... tres...

Para cuando llega la sexta, la luz de la tarde se apaga de golpe y noto un pinchazo en el cuello que me hace caer hacia atrás.

Puta mierda...


En el momento que el cerebro vuelve a estar operativo al presente, veo a un tipo no demasiado alto que está dándome la espalda. Desde mi posición veo que tiene por lo menos treinta carpetas extendidas delante de él, esperando quizás a ser archivadas en el sistema de estanterías que no andará demasiado lejos. Pasa las páginas, mueve las fotos que no veo bien, cierra carpetas. 

No necesito ser un genio para saber que estoy atado, especialmente cuando me pican las muñecas.

—Lamento si son incómodas, pero ya te avisé que tenías que venir solo —dice el chico, alargando la mano para tomar el vasito ridículo de Starbucks y darle un sorbo—. Aunque tampoco podía esperar mucho de ti, Dámaso. Ya me dijeron que no eres precisamente un fiel solitario ligado a las normas implícitas. 

—¿Quién coño eres tú? —gruño.

—Sí, también me dijeron que eres deslenguado, impulsivo, te irritas fácilmente, y eres muy manipulador —suspira, cerrando un par de carpetas—. Tu castigo por desobediencia fue llevarte a rastras a otro sitio, atarte, quitarte el chaleco de navajas y empezar con mi trabajo mientras dormías. Admito que eres más pesado que yo, pero no más listo al parecer.

—Anda y que te den por el culo, gilipollas. —Vuelvo a gruñir—. Cuando te vea la cara, te la voy a dest...

Me quedo callado cuando el tipo gira sobre la silla rotatoria y siento que me he tragado la lengua. Tiene que ser una broma o está utilizando una máscara que parece jodidamente real: Tiene mi rostro exacto, incluidas las pecas que sólo se aprecian en verano antes de difuminarse. Las diferencias sólo se centran en la forma de mirar y en la mueca de la boca. Todo lo demás es igual. Todo.

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora