[62] El efecto del Hierofante

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—¿Te divertiste mucho con Keyth? —me pregunta Gald justo cuando entro en el coche, pero lo primero que hago nada más sentarme con mucho cuidado es pegarle un fuerte puñetazo en el hombro—. ¡Uh, entonces eso significa que no es lo que esperabas! —exclama antes de desternillarse.

—Cállate y conduce, o la próxima vez te daré en los cojones.

—Vale, vale... —Asiente Gald, todavía divertido al verme la cara que cargo.

Rowen ya me advirtió de antemano que los lobos con Keyth ofrecerían Celos muy intensos, incluso dañinos, ya que la fuerza que emplean para controlarte es el doble de la que tienen siendo consciente. Esto se debe a que en los Celos el cuerpo del lobo se queda entre "el cuerpo humano" y "la transformación"; un entremedio que dependiendo del licántropo se puede soportar.

Con Keyth no se podría ni aunque intentara mostrarme dócil.

El treinta y uno de agosto fue un día completo: Un sexo jodidamente caliente lleno de guarradas, un tiempo de no hacer nada en concreto mientras le mimaba con caricias y mordidas, hablar de cosas estúpidas para reírnos un poco, una ducha tras el sexo de la noche... Nos faltaba una televisión para ver películas, así que sólo tirábamos del móvil hasta que Keyth se ponía demasiado cariñoso y me tocaba por todas partes mientras me mordía el cuello.

Al principio me preguntaba cómo coño se empalmaba tan pronto, si hacía nada que habíamos terminado de follar. Hasta que recordé las palabras de mi padre: "Ten cuidado, Dámaso. Keyth proviene de una familia de Alfas. Si su Celo es corto, tendrá calentones intermitentes y te lo demostrará cuando te meta mano; al principio te hará creer que son caricias tontas para provocarte, pero llegará un momento en que se volverá más lascivo y brusco".

Tenía razón.

Una caricia en el pecho, un mordisquito juguetón en el cuello, un halago guarro sobre lo cachondo que le pongo, y un beso en la garganta. La intensidad subía y bajaba hasta que yo la cortaba y olía su enfado. Después volvía a empezar, justo cuando estábamos intentando dormir: un tocamiento suave, un acercamiento con erección, una confesión sórdida mientras me metía mano en el pantalón... Estaba clarísimo que cada vez que Keyth estaba despierto, sacaba a relucir ese aire guarro y provocador por estar en su mes.

Tengo que admitir que tuvo mucha gracia en las primeras horas, pero cuando me jodía el sueño o se metía conmigo en la ducha como si fuera una mosca ya no tanto. A veces con hacerle una paja servía; en otras, simplemente le ordenaba que me dejara un poco a mi aire. Sin embargo, el cuatro de agosto supe que ese iba a ser el exactamente el día en el que tendríamos que hacerlo: Pasaba del cariño a la abrasión, de la emoción al deseo, de la ansiedad a la necesidad, del beso al mordisco. Keyth no podía soportarse a sí mismo, y tenerme a su lado en cierta manera pareció que la calmaba un poco. 

La sangre sólo lo volvía más dominante, los restriegues lo empujaban a suplicarme que me agachara entre sus piernas, y no dejaba de decirme "Te quiero" en cada gemido que me regalaba cuando atendía sus necesidades sexuales para que se quedara un rato quieto. Aunque fue fútil, pues justo en la tarde —tras la siesta—, el muy hijo de puta me despertó metiéndomela hasta el pecho.

"Cuando Keyth esté completamente metido en su Celo, no lo golpees o le dirás que te tiene que follar más fuerte". ¿Y qué hice yo? Exactamente, golpearlo porque estaba incómodo y me estaba haciendo un daño atroz en el culo. "Tienes que ser dócil, pelear muy poco para dejarle claro que él siempre será más fuerte que tú. Los lobos como Keyth son educados para proteger, pero también para subyugar a quien quiere y así demostrarle que él es un macho de verdad. No te cambiaría jamás, nunca te sería infiel, y sus sentimientos sólo serán tuyos". 

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora