[18] 𝙻𝚘𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚎 𝚎𝚗𝚛𝚎𝚍𝚊𝚗 𝚎𝚗𝚝𝚛𝚎 𝚕𝚊𝚣𝚘𝚜

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Cuando la conciencia poco a poco está volviendo a mi cuerpo, mi cerebro comienza a decirme todo lo que le pasa al cuerpo: Mi boca sabe a tantas cosas que inconscientemente busco agua a ciegas, entre la oscuridad, pero sólo palpo piel sudada y apestosa. La primera bocanada de aire la trago como si fuera el primer calo de un cigarro, y la mezcla de olores me hacen sentir confuso. Capto el olor de la sangre, el semen, el sudor, la humedad... pero sobre todo, con la mirada fija en el techo oscuro, tres colores se mezclan como si fuera un aurora boreal. 

Es jodidamente precioso: Azul, verde y rojo. La mezcla da blanco. 

Blanco. El color de la luna, las estrellas, la pureza, la perfección, la luz... ¿Realmente somos los tres tan compatibles? Papá me dijo una vez que el color que ves la primera vez tras tu Celo, es la señal de si la compatibilidad es buena, mala o estás solo. 

Es perfecta. Ni yo me creo que eso sea cierto. 

Blanco, joder. ¡Es BLANCO!

El primer movimiento que hago provoca que mi cuerpo sufra una descarga. Todos los músculos me duelen y me punza el culo, la noche es lo bastante silenciosa para escuchar sólo los sonidos típicos, y por supuesto ya sé qué es lo primero que tengo que hacer antes que nada.

Giro la cabeza hacia la izquierda, encontrándome con un Keyth que está tan exhausto y que a duras penas se ha percatado de mi movimiento. Tiene una mordedura en el hombro, marcas de garras en el pecho al descubierto, y me acabo de dar cuenta que tiene un pequeño tatuaje detrás de la oreja. No sé lo que significa y tampoco a qué idioma pertenece.

Bajo la vista por su pecho, hallando una explosión de pelo con sangre y sudor —como mínimo—, encuentro los abdominales con más vello que cruza la línea del alba, y más abajo se presenta esa monstruosidad semi-consciente. Definitivamente odio a este lobo, tiene el cuerpo jodidamente perfecto aunque su personalidad da puto asco.

En cuanto giro a la derecha para saber si está Tarek, algo me obliga a alejarme del cuerpo del idiota que tiene la cara más estúpida del universo fuera del colchón. La erección completa se me pega en el culo, y me quedo estático de inmediato, agradeciendo que se haya detenido.

Mierda... Estoy en un problema bastante gordo. Nunca mejor dicho...

Agarro la mano de Keyth, intentándola quitar de encima, pero incluso durmiendo tiene fuerza. Por desgracia, mi intento es sentenciado con un movimiento de su cuerpo. Me aplasta, y sin poderlo evitar ha metido la punta a dentro para dejarla tan recta como un palo. El aire que absorbo me lo quedo en los pulmones, notándole acomodarse mejor y puedo jurar que lo que siento en el culo es la peor sensación del mundo: Entra muy lentamente, noto el corazón bombeándome en el cuello tan fuerte que no sé qué hacer. La de Tarek es más manejable; esto que tiene este imbécil debería ser ilegal.

—Es culpa tuya... —murmura Keyth en mi oído. La voz es lenta, grave y ronca, muy similar al sonido de un río subterráneo que no está agitado pero el eco lo magnifica. Peor todavía es saber que sigue entrando—. Tu plan te ha salido caro, cachorro... Joder, sí... Hacía tiempo que no entraba en un lugar tan apretado —jadea hasta llegar al tope y el aire se me escapa—. Tranquilo, no tengo energía para follarte, sólo te la voy a dejar ahí dentro para que estés quietecito.

—Lo que tienes debería estar prohibido. —La simple frase me cuesta un mundo pronunciarla en voz baja; no por el peso, sino porque el más mínimo movimiento crea un efecto dominó.

—De alguna forma tenía que controlarte —bosteza perezosamente, dejándose caer un poco con el apoyo de los antebrazos y las rodillas—. Sino hubieras dejado seco al otro aunque intentara controlarte con el suyo. Tienes tanta energía que, aunque al rubio lo habías dejado reventado, seguías dominándolo aunque se le estuviera quebrando la voz. 

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora