[28] 𝙽𝚘 𝚙𝚞𝚎𝚍𝚎𝚜 𝚌𝚊𝚐𝚊𝚛𝚕𝚊 𝚖á𝚜

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Cuando despierto siento todo el cuerpo entumecido, ronroneo inconscientemente, e intento rodar sobre el colchón para impactar contra el cuerpo de Tarek. El bobalicón duerme profundamente con los brazos envolviendo la almohada, además de que una de sus piernas me toca a mí y la otra es el apoyo de Keyth, quien se había quedado dormido en algún momento.

No puedo recordarlo bien.

Anoche, miércoles, puedo decir que se nos fue un poco de las manos el juego de chupitos que organicé. A Tarek se le pilla fácilmente las mentiras si le pongo una carita estúpidamente inocente, pero Keyth es duro. Muy, muy duro de derribar; y por supuesto, no se deja embobar. Supuse que al final bebió por aburrimiento o porque sabía que, al día siguiente, iba a ser festivo sino no tengo ni la menor idea de por qué se bebió él solo una botella de tequila y, hasta la mitad, no pareció embobarse.

Aprieto los ojos e intento levantarme un par de veces de la cama, hasta que lo consigo. No obstante, cuando lo quiero celebrar como si fuera algo increíble, los brazos de Tarek me envuelven a la altura de la cadera.

Mierda.

—Quiero darme un baño. ¿Sabes lo qué apesto? —le digo con el ceño fruncido.

Tarek sonríe, asomando la cabeza por mi izquierda. Tiene los mechones rubio despeinados, señalando en todas las direcciones sin control y, algunos del flequillo cubren sus ojos haciéndole un poco sexy. Puedo ver que sus mejillas toman un tono rosado, al igual que sus labios con pequeñas marcas de mordidas. Desde luego que la noche ha sido muy productiva.

—Hmmm... hueles muy bien —murmura, relamiéndose—. Hueles mucho a nosotros... ¿por qué quieres quitártelo, ángel? —gime como un mocoso a causa del cansancio que aún lleva consigo. No quiere soltarme. 

Suspiro y me agacho con intenciones de besarle en la frente, pero al no poder me limito en acariciarle la mejilla con el pulgar y descender hasta los labios.

—Aunque me encanta oler a vosotros, apesto tanto que podrán olerme cualquiera a través de las puertas. Ahora que ya lo sabes, suéltame o te meteré los dedos hasta la garganta para luego hacerte tragar tu propio vómito —ordeno de forma severa, incluso puedo sonar un poco enfadado.

No le ha gustado que suene así, pero sé que es la única forma que tengo para que Tarek me haga caso. Sé que le gusta estar cerca de mí, sin embargo, necesito sentirme liberado o me terminaré estresando demasiado pronto. No quiero empezar la mañana poniéndome insoportable.

—¿Y no puedes esperar unos cinco minutos más? —pregunta haciendo un mohín lastimero, tratando de conmoverme. No servirá, yo soy el que sabe poner expresiones bobas para atontarlo y es demasiado fácil.

—Si te doy cinco minutos, los transformarás en veinte —contesto, negando con la cabeza—. Y si esperas a que me baje al pilón, te recomiendo que no lo intentes o te morderé un huevo hasta que sangres.

—Qué agresivo...

Él se ríe bajo, dejándome ir, para así reposar la cabeza sobre la almohada y estirarse perezosamente. Se le nota bastante cansado; eso es porque, ayer por la tarde, llegó tan reventado de perseguir a un ladrón por media avenida. Tendría que ser un ladro muy rápido y torpe, porque al final ambos se estamparon contra un coche aparcado. Casi lo mata.

Salgo de la cama luciendo una sonrisa pícara en dirección a Keyth, quien parecía demasiado tranquilo. Busco mi ropa, la cual está esparcida por toda la estancia sin un orden lógico, ni siquiera las botas están en el mismo lugar. Una noche muy, muy intensa. A duras penas conservo gran parte de lo que ha pasado. Tomo cada prenda que quiero llevarme conmigo al baño y, antes de que pueda tomar el jogger granate encalado en la lámpara, Keyth me toma por detrás para darme un juguetón mordisco en el cuello que me hace gemir.

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora