[3] 𝙴𝚕 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚜 𝚍𝚎𝚖𝚊𝚜𝚒𝚊𝚍𝚘 𝚍𝚒𝚏𝚎𝚛𝚎𝚗𝚝𝚎

197 21 3
                                    

[𝙳á𝚖𝚊𝚜𝚘 — 𝟷7 𝚊ñ𝚘𝚜]

El amanecer ingresa por la ventana de la habitación cuando abro los ojos con un deje aburrido. Sobre mis ojos, la parte de la litera me arranca un soplido. Otra vez que he soñado que estaba en casa y despertaba en mi habitación, aunque eso ya no va a ocurrir porque desde aquella noche toda mi vida ha cambiado de una forma u otra. 

Tuve mi primer Celo, durándome un total de cinco días según me explicó papá cuando desperté dentro de una celda del subterráneo de la manada de Bones. Tuve miedo, estaba muy confundido, y me dolía mucho el cuerpo; además de tener hambre y sed. También me sentía raro, demasiado diferente para no darme cuenta pero no sabía que pasaba en ese momento.

En cuanto Rowen... bueno, parecía más orgulloso que nadie. Al parecer, si tu Celo duraba más de tres días —que era lo normal— significaba que tenías potencial para ser un lobo muy fuerte; aunque para eso tenías que trabajar mucho en tu físico y cultivar la mente para así hallar el equilibrio. 

Por descontado, después de ese incidente, mi vida había cambiado abruptamente y mi opinión había dejado de tener validación para los adultos. Mis propios padres —ambos— me informaron cómo iba a ser mi vida: Todos los lobatos seríamos trasladados a una casa de reposo no muy lejos de Nashville, para que así todos los padres que quisieran visitarnos lo tuvieran fácil (aun así, ellos estarían más lejos que nadie); conviviríamos juntos en dicho lugar, entre lobatos, y tendríamos que buscarnos la vida para aprender a ser lobos a nuestra manera hasta que llegáramos a los 24 e hiciéramos la prueba de rango antes de nuestro cambio a machos adultos. Es obligatorio.

Salgo de la cama, empezando por sobarme la cara y ver la habitación que apesta. Los lobatos, tras nuestro primer Celo, soltamos un hedor muy fuerte que se destaca entre los niños y los adultos. Pero no me importa, ya estoy acostumbrado en estos tres años. Mi espalda cruje en cuanto la arqueo un poco y tras ello gruño levemente, encontrando a mis tres compañeros de habitación roncando como cerdos.

Me visto con pereza, dejando la camisa blanca abierta y los jogger negros no tardan en tapar mi desnudez, la cual me llevó tiempo quitarme la vergüenza al ver a tanto lobato desnudo como si no pasara nada. Quizás sólo intentaba encajar con los demás, que no me vieran como un bicho raro, aunque eso ha provocado varios cambios en mí y a mis padres no les gusta; pero lo entienden. Seguidamente tomo la bandolera, sacándome la cajetilla de tabaco mentolado y el pitillo es sujetado por los labios aunque no lo prendo todavía.

He visto algo asqueroso.

—Otra vez... —murmuro para mí mismo, encaminándome hasta la puerta para coger con una mueca de asco unas bragas de encaje que apestan excesivamente a su portador—. Siempre la misma historia.

Aquí no hay lobas, ni siquiera mujeres. Están prohibidas para nosotros, porque nos volvemos bastante gilipollas cuando intentamos cortejarlas para acostarnos con ellas, y eso muchas veces incita a pelearnos. Yo evito pelearme, lo que no parece gustar, aunque no dudo en defenderme gracias a las clases de boxeo de Rowen.

Vuelvo a mi litera, donde Hansel ronca más que ninguno de nosotros, y sin darle oportunidad de reaccionar le meto las bragas manchadas en esa enorme bocaza que tiene. 

—¡¿Qué pasa?! —masculla, despertándose, y sus manos intentan apartarme pero yo las hundo tanto que le da una arcada.

—Vuelve a hacerlo y la próxima vez incluiré un lápiz para que no vuelvas a hablar nunca más —amenazo en un tono aburrido y lento, concluyendo con una bofetada que provoca que los otros dos dejen de roncar y murmuran algo ininteligible—. No te daré más oportunidades, Hansel.

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora