[6] 𝙴𝚕 𝚚𝚞𝚎 𝚍𝚎𝚓𝚊 𝚞𝚗𝚊 𝚖𝚊𝚛𝚌𝚊 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚌𝚘𝚛𝚊𝚣ó𝚗

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Tarek me tiende la mano como si se creyera un caballero, pero yo la ignoro nada más terminarme el botellín de cerveza. Lo dejo en posabrazos del sofá, me pongo de pie, y tomo la iniciativa al agarrarle de la camiseta de rock para que me siga. Soy dominante, y me importa una mierda que me saque treinta centímetros de altura; ser bajito no me hará dócil cuando hay que demostrar carácter. Aun así no opone resistencia, sino que más bien parece encantado por ello hasta que nos internamos entre la gente que baila de forma errática. 

El rubio, en cuanto nos internamos, me roba el control, arrastrándome hasta el centro del huracán humano donde todos bailan muy pegados y pocos son los que sobresalen de los demás por superar el metro ochenta con facilidad. No quiere perder el tiempo y yo tampoco. Directamente me pone una mano en la cadera para intentar marcar el ritmo, cosa que no me gusta, porque yo siempre tengo que ser el que manda; por ello, respondo con un ligero manotazo que le sorprende, y mucho más cuando el que decide marcarlo soy yo al hincarle los dedos en la cintura para que se me pegue más.

Supongo que el alcohol hace que me sienta más ligero, que lo que me rodea no me cree cierta inseguridad, y el tiempo vuele del mismo modo que lo hacen los pájaros en un cielo raso. O quizás el ambiente animado sea lo que me hace sentirme tan relajado. Marcamos el ritmo cada uno un rato, nos separamos un poco para ir a nuestro aire, a veces tengo que quitarme a alguna chica de encima y me toca volver a apegarme con el rubio que se carcajea por mis intentos de huida; haciendo que la enorme mano del lobato quiera demostrarme algo más que protección. Me tiene tan pegado que, entre ambos, sabemos que la noche puede terminar de tres formas: Follamos, nos cogemos a unas humanas o nos separamos para dejarnos con ganas de más.

¿Quién coño eres tú, Tarek? ¿Por qué has aparecido justo esta noche que estaba esperando a la humana correcta?

Llega un momento del baile en el que me pone de espaldas a él, donde sus brazos me encierran la cintura y noto que pasa la lengua por el cuello para hacerme estremecer. Se ríe por ello. 

—¿No me vas a decir tu nombre? —susurra en privacidad, provocándome con sus enormes dedos con caricias privadas. No le importa que yo sea un lobo, tampoco que sea un lobato. Ambos somos eso, y también solitarios aunque ya no huela a mis padres como cuando era un cachorro—. ¿O vas a ser un chico malo?

—Quédate con las ganas —jadeo en cuanto noto el calor que provoca la fricción de los cuerpos. Puedo sentir en mi espalda perfectamente los músculos, marcados por el sudor que estamos creando en el baile con la camiseta pegada a la piel.

Un movimiento allí, un roce indiscreto por allá, una pequeña mordida escondida en la nuca, sonidos de pecho y garganta a modo de lenguaje cifrado. Me duele tanto el pantalón que estoy seguro que me he corrido... y él un poco también, lo que nos vuelve ansiosos a apegarnos. La gente a nuestro alrededor parece quedarse en un estado de trance, entre el éxtasis y el placer de un suave roce corporal; quizás hasta Jude y los demás nos estén viendo desde sus respectivos lugares a la distancia. 

No importa. Ahora no.

En el cambio de canción —y ritmo—, me las ingenio para que esta vez Tarek sea quien me dé la espalda. Se resiste, incluso percibo sus nervios, pero yo no voy a ser el jodido pasivo esta noche ni de coña. De hecho, la única forma en la que parece aflojar es cuando meto las manos dentro de la camiseta sudada y le hinco las uñas en los abdominales con suave vello. Gruñe, o más bien gorjea de placer por ello mientras los dedos bajan hasta rozar peligrosamente el borde del pantalón y mi boca muerde una parte intermedia de la espalda al no llegar al cuello. 

—Agáchate —ordeno y Tarek carcajea.

—O no, cachorro, ya te digo yo que si quieres que me agache vas a tener que esforzarte mucho más.

𝕯á𝚖𝚊𝚜𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora