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Cuando el príncipe se puso de pie, su cuerpo entero se sentía un poco adolorido por la caída, sin embargo lo que más era notorio era el dolor en su costado y un calor en la zona, quizás producto de la sangre. Había sido un corte de espada bastante limpio, tanto que incluso su costosa ropa no parecía haber sido rasgada a simple vista, y de no ser por la sangre brotando, nadie creería que había una herida ahí.

Tan pronto como acabó con el último enemigo cercano, levantó la mirada y vio que el hombre que lo había herido estaba a poca distancia desde su posición, donde para variar estaba en desventaja. Sus ojos rápidamente buscaron a Wonho, y notó que a pesar de todo, el capitán parecía estar defendiéndose muy bien, y de alguna forma se alegraba de haber bloqueado ese ataque.

Casi inmediatamente después la mirada de aquel hombre y la suya chocaron, recibiendo una risa burlona como acompañamiento.

—Oh, su alteza, creo que es el momento oportuno para finalizar lo que empezamos hace mucho tiempo atrás.—dijo audiblemente el hombre que parecía tener un rango especial en el ejército enemigo y la tarea de eliminar a las figuras más importantes.

El príncipe se hizo a un lado, esquivando algunos cadáveres pero el hombre lo siguió en su fuerte caballo buscando derribarlo para que matarlo fuera mucho más sencillo. Lo que el hombre no se esperó fue que el príncipe se agachara a recoger de entre los cadáveres una ballesta pequeña, la cual apuntó directo hacia el caballo y con una puntería increíble disparó no una, sino varias flechas mientras el caballo se acercaba, demostrando así una habilidad increíble.

El pobre caballo acabó cediendo pese a la presión de su amo y el hombre también cayó del animal, golpeándose en el proceso, pero incorporándose inmediatamente.

—Nada mal, su alteza. —se burló. —eres un hombre muy diferente al de la última vez que nos enfrentamos.

Hyungwon lanzó la ballesta lejos de él y volvió a empuñar su espada con una mano, mientras que con la otra volvió a apretar la herida que no dejaba de sangrar.

—Cállate, ni siquiera sé quién eres. —replicó con enojo.

El hombre se sorprendió de tal comportamiento inadecuado para un príncipe y se rió.

—Definitivamente no pareces ser la misma persona. —dijo con fingida gracia y se acercó para luchar. —¿Cuáles son tus últimas palabras, príncipe? —dijo enfatizando la última palabra como burla.

El delgado empuñó su espada con ambas manos y gruñó con molestia.

—Te voy a cortar la lengua, hijo de puta. —dijo escupiendo sus palabras.

El sonido del metal chocando volvió a sonar en aquel concurrido lugar donde se desarrollaba una masacre entre bandos enemigos. Todos sabían que aquella sería la batalla que definiría el fin de una guerra, para bien o para mal.

Nadie tenía tiempo para fijarse en lo que ocurría cinco pasos de distancia más allá de sus cuerpos, pero todos atacaban y se defendían cuanto podían.

La espada del príncipe y la del otro hombre chocaban una y otra vez sin poder llegar correctamente a sus objetivos, puesto que a pesar de algunos rasguños, el príncipe no había podido herir significativamente al hombre y aunque él tampoco lo había herido, su desventaja radicaba en la primera herida que continuaba sangrando constantemente y lo estaba debilitando.

En un momento de extrema concentración y fuerza, el hombre logró hacer que la espada del príncipe cayera, pero tan pronto como lo hizo, el delgado le dio una patada en el brazo que terminó derribando también la suya, y comenzaron una pelea inevitable cuerpo a cuerpo mientras iniciaban la lucha por tratar de recuperar las espadas.

En ese tipo de combate la fuerza del delgado era notoriamente más baja y debido a su herida, apenas estaba defendiéndose, pero un fuerte puñetazo en la herida lo hizo gritar de dolor.

—¡Ah! —dijo sosteniendo su costado. —¡Mierda, como duele!

El hombre sonrió con satisfacción al ver cómo el príncipe había caído literalmente de rodillas frente a él y el simple hecho de tan sólo ponerse de pie ya no le parecía tan simple. Entonces, sin apartar su mirada del príncipe recogió una espada del suelo y caminó hacia él.

—¡Es momento de exhibir vuestra cabeza en el salón del castillo de mi señor! —exclamó con euforia, levantando la brillante hoja de metal en el aire.

Cuando Hyungwon levantó la mirada, un millón de pensamientos pasaron por su cabeza al mismo tiempo, pero la pregunta que más destacó fue “¿este es el fin?” y cuando lo pensó, una brillante y filosa cuchilla hizo su aparición a través del pecho del hombre, dejándolo tan quieto como una estatua.

La sangre comenzó a brotar por su boca y su cuerpo flaqueó antes de caer de rodillas.

—¡Lo harás sobre mi cadáver! —gritó una fuerte voz, al tiempo que la espada era retirada y de nuevo se volvió a incrustar en el hombre que palideció y perdió todas sus fuerzas hasta caer inerte en el suelo.

La espada volvió a salir una y otra vez de aquel cadáver y los gritos de furia de parte del asesino no se detuvieron. Era como si se hubiera vuelto loco y no estaría tranquilo hasta que viera a todos esos cadáveres hechos trizas.

—¡Capitán, ya basta! —dijeron un par de personas, tratando de apartarlo de los cadáveres. —¡Capitán, es suficiente!

Hyungwon, quien hace un rato había caído al suelo mientras apretaba su herida, miró la escena donde Wonho estaba fuera de sí, y le provocó tristeza ver de primera mano las secuelas de haber desaparecido una vez de la vida del capitán.

—Wonho... —le llamó con una voz muy débil, pero que logró llamar su atención inmediatamente. —Ya basta. Ya terminó... —susurró.

El capitán corrió inmediatamente a su lado y después de tomar su mano libre, ordenó que el príncipe fuera llevado inmediatamente a su reino para ser tratado por el galeno, ya que la herida parecía ser muy grave, sobre todo después de su pelea en solitario.

El príncipe fue subido a un caballo para ser llevado de regreso, mientras cabalgaba todo lo rápido que se podía permitir el caballo, Wonho también estaba tratando de detener la hemorragia con sus propios conocimientos y algunas hierbas curativas que traía consigo, pero aún viendo todo ese esfuerzo, Hyungwon prefería que simplemente tomara su mano y lo escuchara.

—Wonho... —dijo llamando su atención una vez más.

—No hables, no es necesario. —dijo sin mirarlo. —Cuando lleguemos y te mejores podrás decir lo que quieras, ahora sólo...

—Omnia vincit amor... —susurró logrando captar la atención del capitán que lo miraba entre el susto y las ganas de llorar. —Yo... Recuerdo todo. Te recuerdo... —dijo sintiendo la boca terriblemente seca y notando como las silenciosas lagrimas del capitán escapaban de su cara. —No llores, sólo siente mi corazón. —dijo con pesadez. —Si sientes mi corazón entonces significa que estaré bien, lo sabes ¿verdad?

El capitán apretó su mano en medio del llanto.

—No me dejes. —le pidió con dolor. —No vuelvas a dejarme solo, te lo suplico. Quédate conmigo.

El príncipe abrió la boca con la intención de decirle que no planeaba ir a ningún lado, sin embargo era su cuerpo el que estaba cediendo y aunque quiso prometer mil cosas, ningún sonido salió de su garganta.

Y la oscuridad volvió a envolverlo.

Aunque esta vez se sentía diferente.

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