La muchacha había pasado tres días inconsciente, sufriendo una terrible fiebre. Pero ellos la habían cuidado sin descanso. Él lo había visto desde su torre, a través del espejo. La había estado observando, siendo testigo de su lenta recuperación.
Esa mañana estuvo leyendo un libro que llevaba tiempo en la sala y al que no había prestado atención desde que había llegado ella.
Por la tarde ya lo había acabado y salió para dejarlo en el que ahora era uno de sus lugares favoritos del castillo: la biblioteca. Iba pensando en qué libro escogería esta vez, cuando sus patas se detuvieron en seco. Allí estaba ella, como había estado cada tarde días antes, cuando acudía a atosigarle con sus preguntas. Ladeó la cabeza, incómodo.
La vio diferente. Sonreía con calidez. Y aunque las veces anteriores ella le había dedicado preciosas sonrisas, esta mostraba algo más que no supo descifrar. Se aclaró la garganta, pero no dijo nada.
—Hola —saludó ella.
—Hola...
Los ojos de la sirena se posaron en el libro que llevaba para luego ascender de nuevo hacia su mirada parda.
—¿Por qué me sacaste de allí?
La bestia sintió cómo un intenso calor subía hasta sus fauces. De no haber sido peludo, estaba seguro de que sus mejillas se mostrarían sonrojadas. Tuvo que volver a aclararse la garganta para responder.
—Te llamaron monstruo. Tú no eres un monstruo.
Vio un brillo especial en los ojos de ella al escuchar sus palabras. Un brillo de emoción fugaz. ¿Lo habría imaginado? Apartó esa tontería de su mente y se centró en la conversación.
—No podía dejarte allí. Los monstruos son ellos.
Consiguió arrancar una carcajada en ella y esto le provocó a él una sonrisa, aunque no entendía muy bien por qué. ¿Dónde estaba la gracia?
—No creo que sean monstruos —explicó ella—. Tienen creencias erróneas sobre ciertas razas o criaturas que ellos consideran meras leyendas. En mi mundo también hay gente así.
—¿Creencias erróneas? ¿Cómo alguien puede creer que una sirena es capaz de hacer daño a alguien?
Aneris sonrió antes de responder mientras sus ojos se dirigían a la ventana más cercana, que daba al océano.
—Las sirenas y los hombres oceánicos también hacen maldades.
—Pues no es lo que yo he leído.
La mirada azul de la joven se posó de nuevo en él, intrigada por sus palabras.
—¿Y qué es lo que has leído?
La bestia se rascó la cabeza.
—Que sois criaturas puras que ayudan a los náufragos y devuelven los objetos perdidos más queridos por los humanos.
Ella bajó la mirada.
—Sí, algunos lo hacían desde tiempos inmemoriales, pero cada vez menos por culpa de los rumores acerca de los humanos. Cada vez hay más desconfianza y menos ganas de ayudar. Nunca quise creer estos rumores... Y estuve a punto de creerlos a raíz de lo que me han hecho. Pero no. Yo creo en lo que siempre me ha contado mi abuela.
—¿Qué te ha contado?
Ahora era él quien sentía curiosidad.
—Que los humanos son seres con una increíble capacidad de creación. Solo hay que ver todo lo que son capaces de hacer, tantas maravillas, como los libros, los navíos, ¡este castillo! —Extendió los brazos mirando lo que los rodeaba, desde armaduras a cuadros, espléndidas cortinas y otros objetos de decoración—. Son divertidos, entrañables... ¡y pueden bailar!
La bestia soltó una sonora carcajada. ¿Qué tenía de especial bailar? Él lo había hecho innumerables veces, aunque siempre por los protocolos impuestos por sus padres: ellos y él debían siempre comenzar los bailes reales que se celebraban en el castillo.
Cayó en la cuenta del tiempo que llevaba sin bailar y le invadió la melancolía. Una buena pieza de música... Una buena pareja de baile... Y dejarse llevar. Flotar por el salón disfrutando de la sensación.
Se imaginó compartiendo un baile con Aneris. Pero enseguida sacudió la cabeza, dándose cuenta de la cantidad de estupideces que se le ocurrían desde que ella había aparecido en el castillo.
—También me contó que existen seres terrestres fascinantes capaces de hacer grandes cosas.
Él supo que esto tenía un doble sentido. Lo estaba diciendo por él.
—Me estás entreteniendo —refunfuñó, pasando por su lado sin volver a mirarla.
—Gracias por volver a acogerme —dijo ella a sus espaldas.
Lo último que la bestia escuchó fueron sus pasos alejándose por otro pasillo. Miró hacia atrás, pero ella ya se había ido.
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La maldición de los reinos (Reinos Malditos)
Teen Fiction✨Érase una vez un reino sin recuerdos, un príncipe maldito y una princesa hechizada. Pero ¿qué pasaría si la sirenita nadara al castillo de la bestia? Aneris ansía conocer el mundo humano, y a causa de su deseo se verá envuelta en un viaje lleno de...