La bestia pasó las horas dando vueltas de un lado a otro y observando el océano a ratos. Alguna vez había posado su mirada en el espejo, pero temía ser sorprendido por la reina. No quería que ella descubriera el secreto de su madre. Si averiguaba que ese espejo era mágico y que con él podía controlar ambos reinos, quién sabe hasta dónde alcanzaría su maldad. Incluso podría no conformarse con el Reino del Piélago y el Reino de la Rosa Escarlata. Quizás, con el espejo en su poder, extendería su dominio por los demás reinos.
No podía permitirlo.
Miró la rosa y el libro con pesar. Ya era el ocaso y enseguida comprobaría si ella cumpliría su palabra.
Los minutos se le antojaron horas, e incluso días. Nunca se había parado a pensar que, cuando esperas algo con miedo, el tiempo se posiciona en tu contra y decide ir más lento para causarte mayor sufrimiento. Él nunca había estado en una situación similar. Nunca había sentido tanto miedo como el de ser una bestia para siempre, sin uso de razón, sin ninguna capacidad humana. Casi prefería la muerte.
Y, por fin, llegó el momento. Las lunas dominaron la noche. Las estrellas las reverenciaron. La Rosa Escarlata acogió su luz y brilló todavía más. Cuando un pétalo se desprendió y cayó sobre el libro abierto, este pasó tres páginas.
El corazón de la bestia se olvidó de latir unos segundos.
Ya quedaba menos de la mitad del libro. A ese ritmo le quedarían apenas unas semanas.
Durante unos momentos había llegado a considerar la oferta de Nessarose, pero enseguida se dio cuenta de que no podía aceptarla. Su reino había sufrido bastante por su culpa, no iba a causarle más dolor. No al menos de su propia mano.
Aunque se preguntó: ¿qué cambiaría si aceptara la opción que la bruja le ofrecía? De una u otra forma, ella seguiría teniendo el poder, seguiría sembrando la maldad en los reinos, con o sin él a su lado.
Podía entregarle el espejo, recuperar su humanidad y convertirse en su rey. Ella poseía una belleza singular, eso era innegable. Era inteligente y poderosa. Sus padres estarían orgullosos de su elección. Pensar en ellos le hizo pensar en cómo habían llevado el reino: tributos altos, trabajos poco remunerados y ninguna consideración con las clases más bajas. Pero había algo que sus padres nunca habían quitado a sus súbditos: la libertad. No fueron los mejores reyes, eso desde luego, pero nunca habían asesinado inocentes ni habían condenado a nadie a ninguna clase de tortura. Habían impuesto su forma de gobernar, avariciosa y arrogante, pero sin privar a nadie de tomar decisiones; quien no quisiera estar bajo su mandato era libre de marcharse. Pagando un alto impuesto, eso sí, pero existía la posibilidad de ser libres y viajar a otros reinos.
Nessarose había cruzado los límites. Hacía daño a su pueblo y eso era imperdonable. ¿Cómo podría unirse a alguien así?
Pasaron las horas. La bruja no hizo su aparición esa noche. Quizás quería dejarle tiempo para pensar en su propuesta. Un tiempo agónico para que le diera vueltas a su oferta hasta volverse loco.
Se llevó las garras a la cabeza y palpó las orejas para luego bajar hasta sus fauces.
No quería ser una bestia.
Después de unas horas, como la bruja no parecía tener intención de acudir, y ya las primeras luces del amanecer asomaban por el horizonte, decidió arriesgarse y echar un vistazo a través del espejo.
En primer lugar vio los pueblos de su reino. La mayor parte de las personas dormían, pero otras, como los mercaderes, ya preparaban sus negocios. Así estarían listos con el primer canto del gallo. Sus rostros reflejaban cansancio y pesar. Nadie hablaba, y si lo hacían era por necesidad. Algo había cambiado en ellos. Antes solían intercambiar risas y conversaciones, bromeaban sobre los artículos de los otros y se daban palmadas en la espalda. Ahora solo había un silencio y una tranquilidad perturbadores.
En segundo lugar pidió al espejo que le mostrara el Reino del Piélago. Encontró más de lo mismo. Vio al antiguo rey sentado en el trono con mirada pesarosa. Estaba solo, salvo por un guardia que se acercó y le susurró algo. El hombre oceánico le miró colérico y gritó diversas órdenes.
—¡Buscadla inmediatamente! —fue una de ellas.
Adrien se preguntó a quién se refería. ¿Quién podría enfurecer tanto al rey del océano?
En tercer lugar deseó verla a ella. Le sorprendió verla en la playa tumbada. Los ojos de Aneris se dirigieron al castillo y la bestia sintió un escalofrío por todo el cuerpo. ¿Estaría pensando en él en ese mismo momento? Y lo más importante: ¿qué hacía en la playa?
Apareció alguien caminando sobre la arena en dirección a la sirena. El príncipe le gritó en su interior que se marchara y nadara bien lejos, mas Aneris permaneció tumbada, esperando la llegada del extraño.
—Quiero entregarte mi voluntad —escuchó decir a la joven.
¿Qué significaba aquello? ¿Qué estaba haciendo?
Continuó atento a la conversación sin comprender muy bien qué estaba pasando, pero cuando los primeros rayos de sol iluminaron al ser que acompañaba a la sirena, sus ojos se abrieron de terror.
Aneris acababa de entregar su voluntad a una de las peores criaturas de todos los reinos.
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La maldición de los reinos (Reinos Malditos)
Teen Fiction✨Érase una vez un reino sin recuerdos, un príncipe maldito y una princesa hechizada. Pero ¿qué pasaría si la sirenita nadara al castillo de la bestia? Aneris ansía conocer el mundo humano, y a causa de su deseo se verá envuelta en un viaje lleno de...