Rubí pasaba gran parte de su tiempo con ellas. Desde que había perdido a su abuela, gran amiga de Día, le gustaba cuidar de la anciana. Aunque a veces Aneris no estaba segura de quién cuidaba de quién.
Cuando las veía juntas, recordaba a su abuela. La echaba mucho de menos. Y también a su padre y sus hermanas. ¿Estarían preocupados por ella? ¿Les habría contado algo su abuela? ¿Y la bruja? Lo último que quería era decepcionar a su padre, y sabía que si descubría su pacto se sentiría defraudado. Decepcionado con la menor de sus hijas, cuya curiosidad la llevó a ser castigada; cuyo castigo la llevó a enamorarse de un humano encerrado en una bestia —¿o era una bestia encerrada en un humano?—; cuyo amor la llevó a regresar al mundo terrestre para enmendar su error.
—¡Increíble!
El grito de Rubí la despertó a media mañana. Había pasado la noche en vela, como cada vez que se ponía el sol, y ni siquiera los rayos del astro diurno habían conseguido despertarla.
Desperezándose, salió de su habitación a la sala principal, donde Rubí lanzaba un sobre amarillento contra la mesa y Día preparaba un delicioso desayuno para la sirena.
—¿Qué sucede, cariño?
La joven de cabello rubio y caperuza roja se sentó de cualquier manera. Saludó a Aneris y miró a Día con fastidio.
—El príncipe nos invita a todas las doncellas a su coronación. ¡Hipócrita! —Abrió el sobre y leyó—: «... sería un placer para mí que el castillo se llenara con tu bella presencia... bla, bla, bla...». ¿Bella presencia? ¿Y si soy un trol? Seguro que ya no pensaría que mi presencia es «bella». —Resopló—. ¿Y para qué? Para que seamos testigos de cómo le hacen rey. ¡Es que no me lo puedo creer!
—Ay, Rubí, Rubí, querida... —La anciana se acercó a la mesa y sirvió a Aneris un par de tortitas con confitura que ella misma había elaborado.
—¿Qué?
—¿Acaso conoces al príncipe?
—¿Es que hace falta? Mira cómo eran sus padres. Él ha heredado su arrogancia y egoísmo. ¿Se ha preocupado alguna vez por su pueblo? ¡No! —Dio un golpe en la mesa que sobresaltó a la sirena—. Perdona. —Volvió a mirar a la anciana—. Siempre observando todo desde la seguridad de su castillo. Él lo tiene todo. ¿Y nosotros?
—Rubí, no deberías juzgar por las apariencias.
La muchacha se levantó y se colocó la caperuza.
—No pienso ir a esa estúpida fiesta. Si quieres ir tú, la invitación es tuya —terminó mirando a Aneris.
La sirena cogió el papel amarillento con la mano temblorosa cuando Rubí se marchó. Una invitación para ir a la coronación... Podría verle de nuevo y, quizás... quizás...
Miró a Día y le señaló la invitación. Luego a sí misma.
—Ay, querida, no me digas que tú sí quieres ir.
Aneris asintió.
—¿Por qué? No será nada del otro mundo, seguramente será aburrido y...
Al ver la mirada de la muchacha, la anciana comprendió todo.
—Así que el príncipe es quien ocupa tu corazón...
La sirena bajó la mirada y el rubor ascendió a sus mejillas. La anciana se sentó junto a ella y posó la mano en su hombro.
—Bien. No seré yo quien impida que luches por ese amor que sientes. Seguro que tengo algún vestido por ahí de mis años mozos. Pero... ¡tendremos que darnos prisa! La coronación es hoy... ¡Debes brillar más que las lunas reflejadas en las aguas del océano!
ESTÁS LEYENDO
La maldición de los reinos (Reinos Malditos)
Teen Fiction✨Érase una vez un reino sin recuerdos, un príncipe maldito y una princesa hechizada. Pero ¿qué pasaría si la sirenita nadara al castillo de la bestia? Aneris ansía conocer el mundo humano, y a causa de su deseo se verá envuelta en un viaje lleno de...