La noche había caído sobre el castillo. Se había visto obligado a encerrarse en su torre por culpa de aquella insolente. La joven, una vez había entrado en calor gracias, cómo no, a sus sirvientes invisibles, se había puesto a investigar el palacio.
Prisionero en su propia torre por su culpa. Era cierto que pasaba allí la mayor parte del tiempo, pero cuando el aburrimiento le podía le gustaba sumergirse en un libro, y ella se lo había impedido.
La había visto vagar por los pasillos, subir y bajar escaleras, abrir y cerrar puertas sin descanso. Al principio supuso que simplemente estaba curioseando, pero enseguida sospechó la verdad: le estaba buscando a él. Como se atreviera a poner un pie en su torre, no tendría compasión.
Finalmente, al caer la oscuridad, ella había desistido de buscarlo. El castillo era inmenso y la joven parecía agotada. De modo que había ido al comedor, donde la esperaba una suculenta y deliciosa cena que pareció disfrutar con gusto. Debía de tratarse de una plebeya, o eso pensó él, al ver cómo miraba aquellos manjares, como si jamás hubiese visto comida. Cogía cada pieza con curiosidad, la examinaba y olfateaba y luego daba un pequeño mordisco, cerrando los ojos y disfrutando. Cuando se sintió saciada, se retiró a su habitación. En ella, escrutando por la ventana, había entonado una dulce melodía que había conseguido transmitirle una paz indescriptible. Sí, había sido una sensación agradable escuchar aquella voz, que se había adueñado de su ser calando cada parte de su cuerpo.
Después se había quedado dormida nada más rozar la almohada con sus cabellos borgoña.
Y allí estaba él, observándola. Gruñó y el espejo le devolvió su imagen. Las horas se le habían pasado volando y no se había dado ni cuenta. No había podido distraerse con un libro, pero algo había conseguido evadirle de su realidad: contemplar el ir y venir de la muchacha, verla comer, escucharla cantar, observar cómo yacía plácidamente en su cama.
¿Qué diría su madre de saber que estaba alojando a una plebeya? Un acto imperdonable, según ella. Si estaban separados en clases sociales, ellos no eran quiénes para cambiarlo. Cada uno tenía su lugar y, gracias a ello, los reinos funcionaban. ¿Qué pasaría si las clases altas se mezclaran con las más bajas? Todo sería caos.
La reina había inculcado en él esta enseñanza desde pequeño, desde que le vio compartir sus juguetes con niños sirvientes del castillo. Recordaba vagamente aquel día: hacía un sol espléndido y había salido a jugar cerca de las cuadras. Allí había otros niños, que jugaban con trozos de madera mal tallados que hacían la vez de muñecos. ¿Y luego? Recordaba haberse puesto a jugar con ellos, ofreciendo sus muñecos. Después el recuerdo se volvía borroso... hasta llegar a la paliza que había recibido por parte del rey para dejarle claro que no debía juntarse con los sirvientes. Y mientras se frotaba el cuerpo dolorido, su madre había ido junto a él para decirle que a su padre le había dolido más aquel castigo, pero que había sido necesario, y le explicó el motivo por el que no podía mezclarse con las clases más bajas. Y, desde entonces, nunca lo había vuelto a hacer y los había tratado como lo que eran: seres inferiores a él.
El recuerdo desapareció y volvió a la realidad.
Rugió.
Destrozó.
Desgarró.
Salió airado de la estancia y se dirigió al exterior. Le gustaba la noche, le ayudaba a ocultarse, aunque allí dentro no necesitaba hacerlo en realidad. Pero caminar entre las sombras le hacía sentirse más seguro.
Se sentía bien entre la naturaleza. Era lo único que le hacía sentirse vivo. El olor de las plantas, la brisa sobre su pelaje, la sensación de tranquilidad. Ver a los animales más pequeños que habitaban sus jardines correteando libres y felices sin pensar en nada más que en disfrutar.
Aunque no siempre le gustaba ese sentimiento de bienestar. Él nunca se había sentido así. En su opinión, solo los animales se sentían bien en esa naturaleza tan colorida que rodeaba el castillo, de modo que, si le provocaba esa sensación, era porque cada vez era menos humano...
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La maldición de los reinos (Reinos Malditos)
Ficção Adolescente✨Érase una vez un reino sin recuerdos, un príncipe maldito y una princesa hechizada. Pero ¿qué pasaría si la sirenita nadara al castillo de la bestia? Aneris ansía conocer el mundo humano, y a causa de su deseo se verá envuelta en un viaje lleno de...