Capítulo 58

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El balcón. La brisafresca. Las lunas. Las estrellas. Y él.

Sí, allí estabaél, tumbado. ¿Por qué estaba allí? No tenía sentido. Lo últimoque recordaba era haberse lanzado al vacío para ser abrazado por lamuerte, su única liberación.

Una risa capaz decongelar el mismísimo océano sacudió cada fibra de su ser. Y allíla vio, en medio de su refugio. No. En medio de su celda.

Nessarose llevaba sucabello recogido en un aparatoso moño que permitía la caída dealgunos mechones por su hombro. Sus ojos violáceos brillabandivertidos mientras le observaban levantarse. Sus labios violetas securvaron en una sonrisa siniestra antes de hablar.

—¿De verdadcreías que la muerte podría liberarte? No... Permanecerás aquíhasta aceptar mi oferta —explicó caminando a un lado, y se apoyóen el cetro, observando con gran deleite su figura en el espejo— operder la poca humanidad que ya te queda.

Adrien entró, perose mantuvo a una distancia prudente de ella. No quería ni que suaroma floral y acuático llegara hasta sus fosas nasales. No queríasentirla de ningún modo.

—¿Por qué hacesesto? —formuló.

La bruja ladeó lacabeza sin dejar de sonreír.

—Claro... ¿Cómovas a querer convertirte en mi rey si ni siquiera sabes nada sobremí? Dónde están mis modales. —Se dio un suave toque en lafrente.

Buscó una silla yse sentó cruzando las piernas. Apoyó el cetro en su regazo.

—Vengo del lejanoReino de Oz, como ya dije. Soy la pequeña de cinco hermanas, cadauna adorada o temida por cuantos las rodean en el Oeste, el Norte oel Sur. Salvo mi hermana mayor y yo. Ella partió lejos de Oz y llegóa un reino que convirtió en su hogar. Pero allí no fue bienrecibida. Ni siquiera fue invitada cuando nació la princesa y todoel reino acudió al castillo con presentes para la pequeña. Ahora,todos yacen en un profundo sueño en el Reino de la Aurora. —Hizouna pausa. En sus ojos brilló la nostalgia—. Yo también quiseempezar de cero en otro lugar donde fuera útil, como ella. Mas yoestaba convencida de que lo haría bien y todos me querrían. Perohay muchos pueblos que desprecian la magia o que no quieren seresmágicos entre ellos. Vagando sin rumbo, me encontré con el Reinodel Piélago, y me pareció el mejor de los lugares para instalarme.Me convertí en la Bruja del Océano y ayudé a cuantos lonecesitaban. ¿Y sabes qué? —Miró a la bestia—. La gente noapreciaba lo que hacía por ellos. Era olvidada cuando conseguían loque querían de mí...

»Por eso empecé aexigir un precio a cambio de mi magia. Algo tenía que sacar... —Selevantó y paseó por la estancia—. Pero seguía sintiéndomevacía, desplazada, sola... Y entonces supe que mi destino no era sercomo mis hermanas del Sur y del Norte: de buen corazón, entregándosea los demás. No. Yo debía ser quien había nacido para ser: laBruja Mala del Este en Oz. Pero ¿por qué conformarme solo con eleste de Oz pudiendo tener más? —Se detuvo y miró su reflejo—.Decidí empezar por el reino en el que estaba instalada. Hice nacerel odio entre tu reino y el de los océanos. Hundí navíos haciendocreer que habían sido las sirenas y los hombres oceánicos. Asesinéa habitantes del océano haciendo creer que habían sido los humanos.Este odio impediría que se unieran, así me sería más fácilhacerme con ellos uno a uno. La desconfianza sería mi aliada.

»Empecé por elReino del Piélago, y todo gracias a Aneris. —Sus ojos azulados yvioláceos le miraron desde el espejo—. Su curiosidad la trajo alcastillo encantado, donde una bestia gobernaba. Un príncipecastigado por su arrogancia y su egoísmo que logró llegar hasta sucorazón. Ella hizo todo el trabajo por mí: tocó el libro encantadoy transformó el hechizo. En realidad no te liberó, pues tras habersido coronado, habrías vuelto a ser una feroz bestia, pero esta vezsin un solo resquicio de humanidad. —Sonrió con maldad—. Anerisfue devuelta al océano antes de que yo pudiera aprovechar suestúpida curiosidad y poner en marcha mi plan, pero su corazón sehabía quedado aquí contigo. —Se giró—. Devolverla al mundoterrenal era justo lo que necesitaba para negociar con el rey delocéano. Le dije que estaba presa de los humanos. Le mostré a suhija en una jaula, maltratada por hombres y mujeres. —La bestia lorecordó. Pero aquella imagen que la bruja le había mostrado era delpasado... La bruja había engañado al rey del océano—. Él nopodía permitir que su hija padeciera tal tormento. Pero él, contodo su poder oceánico, no podía traerla de vuelta... y yo sí.Ella había firmado un contrato conmigo. Así que le ofrecí un tratoal rey: el Cetro Azur a cambio de su hija.

»El resto ya losabes. Me coroné como única soberana de ambos reinos. Pero esto essolo el principio...

Adrien estabaparalizado ante lo que acababa de escuchar. Todo aquel plan tanmeticulosamente trazado donde tanto él como Aneris, ellaespecialmente, habían sido piezas. Piezas en un juego macabro.

Y ese odio por lascriaturas oceánicas había sido infundado por esa despreciable mujerque solo miraba por sí misma.

Él recordaba,vagamente, haber jugado con seres del océano. Recordaba haberlosvisto a diario en las aguas cuando corría por la playa. Pocodespués, sus padres le prohibieron poner un pie en el océano. Leshabían llegado terribles historias de marineros asesinados y barcosnaufragados. Incluso algunos que habían regresado a puerto sin nadieen su interior... Seguramente por obra de la bruja, para sembrartodavía más el odio entre el reino oceánico y los demás.


Todo ello culpa de Nessarose, para que los reinos desconfiaran por siempre y tejer libremente los hilos que los llevarían a su perdición.

La maldición de los reinos (Reinos Malditos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora