Capítulo 31

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Varios gritos femeninos la despertaron. Al abrir los ojos vio oscuridad, pero cuando reconoció aquellas voces, supo dónde se encontraba. Su concha se abrió y vio allí a sus hermanas, que la abrazaron emocionadas.

—¿Cómo se te ocurre irte sin avisar, Aneris?

—¡No hemos podido celebrar tu cumpleaños como te mereces!

Muchas preguntas más provocaron que se tapara los oídos. Y llegó el vacío. Abrió un ojo para comprobar que el repentino silencio tras la tormenta era real. Sus hermanas se habían callado y la miraban expectantes. Estallaron en risas cuando Aneris apartó las manos de su cabeza y abrió ambos ojos.

—¡Os he echado de menos! —les dijo.

Las abrazó una por una. Ellas no comprendieron su reacción, pero no hicieron ninguna pregunta: su hermana pequeña era así, impulsiva.

Le contaron que su abuela les había explicado que se habían ido juntas al Parque de las Corrientes Oceánicas para celebrar su mayoría de edad. Era costumbre que su abuela las llevara allí, lo había hecho con cada una, pero en esta ocasión había sido tan repentino que les había sorprendido, ya que normalmente Titania llevaba a todas sus nietas.

Acudieron a comer con su padre y algunas sirenas y hombres oceánicos de la corte. El rey se acercó a su hija nada más verla y la abrazó.

—Tu abuela se va a enterar por haber desaparecido contigo sin avisar.

Aneris le miró a los ojos. No estaba enfadado. Sus ojos celestes mostraban alivio por verla sana y salva. Sabía que no reprendería demasiado a su abuela. Ella siempre había sido un espíritu libre que iba y venía sin dar explicaciones. Como la madre de Aneris. Incluso ella había explorado lugares del océano sin informar ni a sus hermanas, y se había llevado buenas regañinas por parte de su padre por ello. Pero no podía evitarlo. Su curiosidad solía vencer los debates internos que mantenía.

Su abuela no apareció durante la comida. Le preguntaron por ella, pero Aneris se limitó a encogerse de hombros. No la había visto desde hacía días. Le preocupaba que estuviera en problemas por su culpa, por intentar ayudar a su nieta por su insensatez.

Quizás acudiera a la segunda comida. En su mundo solo se hacían dos comidas, a diferencia del mundo humano, como había podido comprobar. Sus cuerpos procesaban los alimentos de forma distinta, pensó.

Titania hizo acto de presencia cuando terminaron la primera comida. El rey la miró con desaprobación por presentarse cuando ya habían terminado, pero prefirió no decir nada delante de la corte y de sus hijas. Además, sabía que no serviría de nada lo que pudiera decirle.

Todas sus nietas se abalanzaron sobre ella para abrazarla y pedirle explicaciones de por qué no las había llevado con ella como solía hacer. Ella alegó que había querido pasar tiempo a solas con Aneris por ser la más pequeña, la que todavía tenía mucho que aprender. Guiñó un ojo a su nieta menor con complicidad y se sentó a comer.

Las hermanas de Aneris se quedaron poco rato. Viendo que no conseguirían sacarle mayor información a la anciana, se marcharon con la excusa de que debían preparar la celebración de la menor de ellas. Estaban emocionadas. Aneris sabía que su mayoría de edad era solo una excusa para celebrar una gran fiesta. Todas adoraban las celebraciones y moverse al son de la música con apuestos hombres oceánicos. Aunque no se lo reprochaba, pues sabía que lo hacían con la mejor de sus intenciones, creyendo que ella compartía los gustos de sus hermanas mayores.

—¿Y bien? ¿Qué tal tu aventura en el mundo de los humanos? —le preguntó Titania en cuanto estuvieron a solas.

Aneris relató a su abuela hasta el más mínimo detalle de los días que había pasado en el castillo. También le habló del bosque y del pueblo, pero guardó para sí los momentos dolorosos. No quería preocupar a su abuela con algo que ya había pasado y que no tenía la menor importancia.

Le habló de la bestia, de Rubí y de Día.

A la anciana no se le escapó el brillo de sus ojos mientras relataba todo lo que había vivido, y sonrió por ello.

—Por fin has tenido la aventura que deseabas —le dijo posando su mano sobre la de su nieta.

—¡Se me ha hecho tan corta!

Mientras pronunciaba estas palabras, no pudo evitar pensar en el miedo que había pasado, en el dolor que había sentido y en su arrepentimiento por su irresponsabilidad. Sin embargo, todo lo que había vivido había sido intenso y muy especial para ella. Y, a pesar de todo lo malo, no le importaría repetir.

—¡No lo estarás diciendo en serio! Cada día que has pasado allí arriba ha sido una eternidad para mí.

—Siento haberte preocupado, abuela. —La miró a los ojos.

—¿Preocupado? No, querida, por ti no estaba preocupada. Si hubiera sido alguna de tus hermanas sí, pero siendo tú, todo lo contrario. Eres valiente y muy fuerte. Eres curiosa y aventurera. Como yo. Como tu madre, que en la inmensidad del océano descanse. ¡Si parecía hija mía! —Rio—. Lo único que me preocupaba era cómo ayudarte a volver.

—¿Cómo lo conseguiste?

Su abuela frunció el ceño y Aneris se puso nerviosa, esperando impaciente su respuesta.

—Aneris, yo no te he devuelto al océano.

La maldición de los reinos (Reinos Malditos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora