—¿Una bestia?
La nodriza se acercó a él hasta llegar a su lado, desde donde también observó el océano.
—Cada noche me atormenta mientras duermo. Y creo que no soy la única. Escucho gritar en sueños a algunos. Sé que no es real, que solo son pesadillas, pero... Es como si...
—Como si fueran recuerdos —terminó él.
El hecho de no ser el único que sentía algo raro le alivió en parte, aunque seguía sin tener una explicación lógica. Su nodriza parecía asustada y no quería atosigarla con preguntas. Si se hubiera tratado de otra persona, lo habría hecho sin pensárselo. Pero no con ella.
—¿Qué tal una taza de té caliente? —le ofreció ella.
Adrien sonrió. La nodriza era única preparando el té. Preparaba uno en concreto con leche vegetal y algunas especias que jamás revelaba, alegando que eran un secreto familiar. A él le daba lo mismo mientras se lo siguiera preparando. Era un té reconfortante que siempre le había ayudado. No importaba el momento. No importaba cómo se sintiera. Servía siempre.
Mientras ella acudía a las cocinas para prepararlo, sus pasos condujeron al futuro rey hasta una de las torres. Una había sido habilitada para estudiar las estrellas, una de las pasiones de su madre cuando era más joven. Otra servía para los invitados más allegados e importantes por sus espléndidas vistas. La tercera era un jardín en las alturas. Ni siquiera tenía tejado. En más de una ocasión, sus clases de astronomía y astrología se habían trasladado a aquella torre. Y la última había sido antiguamente una prisión especial que había caído en desuso hacía ya muchos años. De hecho, él no recordaba que durante su infancia hubiera estado ocupada en ninguna ocasión.
Sus pies le llevaban a la cuarta torre. No pensaba. Solo caminaba sin mirar a los sirvientes y soldados que se cruzaban en su camino y le hacían reverencias.
Tras la puerta que le separaba de la estancia, le saludó una sala fría y oscura a pesar de ser de día. Las nubes hacían muy bien su trabajo.
Todo estaba desordenado. Era como si un tornado hubiera entrado libremente por el balcón y hubiera jugado por cada rincón sin dar tregua a ningún mueble ni objeto. No. Como si un tornado no. Como si una bestia hubiera descargado allí su ira.
Un escalofrío recorrió su espalda solo de pensarlo.
Una bestia...
Una bestia...
No. Se llevó las manos a la cabeza. No era real.
Sus ojos se encontraron con un cuadro de sí mismo, algo más joven. Se acercó al lienzo que le representaba. Alguien lo había arañado. O algo. Apenas podían apreciarse sus facciones, pero él podía reconocerse. Aquella era su mirada. Una mirada altiva y adusta, propia de la realeza. Una mirada que nada tenía que ver con la que veía cada mañana en su reflejo.
Se apartó y continuó su inspección.
Allí se alzaba tan majestuoso como lo había sido ella. El espejo de su madre. Un espejo ante el que la reina Selene pasaba horas cada día, peinándose, deleitándose con su propia belleza. Preguntando a la plateada luna:
—Espejo, espejo mágico, dime una cosa: ¿qué mujer de este reino es la más hermosa?
Y él siempre tenía la respuesta:
—Vos, majestad, sois la mujer más hermosa de este reino y de todos los demás.
Su nodriza le había contado una vez que antaño el espejo había pertenecido a otra reina que le hacía la misma pregunta. Esta había sucumbido ante el deseo de ser la más bella.
Se miró. Veía a un príncipe, sí. Pero algo en él había cambiado. Sus ojos volaron fugazmente hacia el lienzo rasgado para volver a encontrarse inmediatamente en la luna de plata.
La rabia le invadió. No comprender algo le molestaba enormemente.
Rompió lo que quedaba de un jarrón.
Arrancó las cortinas deshilachadas.
Volcó la única mesa que se mantenía en pie.
Gritó hasta quedarse sin voz.
Y el espejo le llamó. Ni siquiera entendió cómo lo sabía. Simplemente, sentía que el espejo le estaba llamando. Se acercó a él y vio su reflejo furioso, que ansiaba seguir destrozando cuanto se encontraba a su paso. Vio sus puños cerrados, que se contenían para no arremeter contra el único objeto que se mantenía en pie, intacto, a salvo de cualquier acometida.
Se preguntó cómo era posible que el espejo hubiera sobrevivido a lo que quiera que hubiera destrozado la estancia antes que él.
La pregunta se disipó cuando se dio cuenta de lo que sus ojos estaban mirando.
No era su reflejo.
Era la bestia.
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La maldición de los reinos (Reinos Malditos)
Teen Fiction✨Érase una vez un reino sin recuerdos, un príncipe maldito y una princesa hechizada. Pero ¿qué pasaría si la sirenita nadara al castillo de la bestia? Aneris ansía conocer el mundo humano, y a causa de su deseo se verá envuelta en un viaje lleno de...