Capítulo 27

494 80 0
                                    


Había ido cada mañana a la orilla para encontrarse con su abuela, pero no la había visto. Ni a ella, ni a nadie. Y, aunque solía volver arrastrando los pies con suma tristeza, enseguida se olvidaba de ello. Se encontraba con la comida preparada y, después, corría a encontrarse con la bestia. Ya no lo hacía en el pasillo que llevaba a su torre, sino que le seguía hasta la biblioteca. Siempre esperaba a que entrara él primero para luego acorralarle.

Se le había ocurrido una idea y, aunque le había costado convencerle, finalmente lo había logrado. La bestia la estaba enseñando a leer. Así era como pasaban las tardes, entre cojines de la biblioteca y libros. Ya se sabía todas las letras y cómo se pronunciaban, mas unirlas era lo más difícil. Leer una única palabra le costaba un mundo.

Él solía tener poca paciencia y más de una vez la había llamado inútil. Sin embargo, ella no se quedaba corta y le plantaba cara. Esto era lo que más sorprendía a la bestia y Aneris lo sabía. Había deducido que no eran muchos quienes se atrevían a enfrentarse a él y no le sorprendía... ¡Vaya carácter!

A pesar de las discusiones, a veces reían cuando ella se trababa o pronunciaba mal una letra. Había llegado a decir algunas palabras de forma demasiado ridícula y cómica.

Algunas tardes, al caer la noche sobre la biblioteca, Aneris había conseguido que le leyera libros. Al principio había sido difícil, él no parecía dispuesto a ceder. Pero tras las incesantes súplicas de ella, había accedido. La sirena no estaba segura de si lo hacía por gusto o para que le dejara en paz de una vez. No obstante, le daba igual: lo había conseguido.

La bestia siempre elegía historias cortas para leer. Aneris podía apreciar que se sentía incómodo leyendo delante de ella, y le hacía gracia.

Disfrutaba escuchando cada palabra, imaginando todo lo que él le leía. Muchas veces cerraba los ojos y se dejaba llevar. La voz de la bestia, aunque fuera un tono ronco y grave, era perfecta para las lecturas. Aneris conseguía evadirse, viajar y vivir aventuras.

El libro que habían elegido ese día para que ella practicara trataba de una joven que perdía un zapato de oro tras asistir a un baile real.

—... el... za... pa... to... be... no, de... o... orr...

—Oro —gruñó la bestia con impaciencia.

—Oro —repitió ella mirando bien la palabra y memorizando cada sonido y cada letra. Luego continuó—. Y... se... gi... ró... pe... ro... vi... vio... al... p... pr... ¡príncipe! —gritó sobresaltando a la bestia.

¡Lo había conseguido! Había logrado leer una palabra completa después de tantos esfuerzos. Apartó el libro a un lado y se lanzó hacia la bestia con los brazos extendidos, que rodearon cuanto pudieron el cuerpo peludo. Estaba tan contenta de haberlo conseguido que no cabía en sí de la alegría que sentía.

—¡Gracias! ¡Gracias!

Él la envolvió con uno solo de sus brazos, suficiente para el pequeño y esbelto cuerpo de ella. La joven lo notó y disfrutó de aquel contacto que tanto le transmitía. Nunca había sentido nada igual. Su corazón se aceleró al no comprender qué estaba pasando. Aneris se apartó y le sonrió.

—Bueno. —La bestia carraspeó—. Ahora solo tienes que practicar. Y eso puedes hacerlo tú sola. Ya no me necesitas. —Se levantó dispuesto a irse.

—¡No tan rápido! Hoy no me has leído nada.

—Yo... eh... tengo que... —Sacudió la cabeza, cambió su expresión y mostró una más dura—. ¡No eres tú quien da las órdenes!

Dicho esto se marchó, dejando a una Aneris confusa por su comportamiento. Sin embargo, le restó importancia al mirar de nuevo el libro y sentir esa emoción tan grande de haber aprendido a leer. Se tumbó de nuevo y continuó, ansiosa por seguir practicando y terminar el libro.

Ardía en deseos devolver a ver a sus hermanas y mostrarles lo que había aprendido en ese tiempo. Por fin podría leer los libros sumergidos que conservaban en el océano y que tanta curiosidad le habían causado siempre.

La maldición de los reinos (Reinos Malditos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora