Capítulo 28

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La puerta se cerró estruendosamente, impulsada por una de sus garras. Se sentía furioso, aunque en esta ocasión no arremetió contra los muebles de la sala. No tenía ganas de destrozar. ¿Estaba furioso con Aneris? ¿O era consigo mismo? No. Estaba furioso con lo que creía estar sintiendo.

Sus ojos se quedaron fijos en el retrato del príncipe, que le miraba altivo desde la pared.

No era la primera vez que una muchacha pisaba el castillo desde su transformación. Algunas eran viajeras que lo encontraban por error; otras, jóvenes del pueblo que se habían perdido en el bosque. Con las primeras que aparecieron siempre había tenido el mismo resultado: al mostrarse ante ellas, estas habían salido huyendo por muy cansadas y hambrientas que estuvieran. Por esto, a partir de ahí ya no se había dejado ver, sino que había observado a las recién llegadas desde su torre, permitiendo que se quedaran a pasar una noche, pero por la mañana había llenado el castillo de rugidos logrando asustarlas para que se marcharan.

Giró la cabeza hacia el libro y la rosa. Sabía perfectamente cómo podía romper esa maldición que pesaba sobre él. En el mismo momento en el que el hada le hechizó, se lo dijo:

«Cuando alguien sea capaz de amarte de corazón a pesar de tu aspecto, el hechizo se romperá, y tú y tus sirvientes recuperaréis lo que es vuestro».

Le había parecido tan descabellado lograr el amor de una mujer siendo semejante bestia que durante mucho tiempo se había dado por vencido sin intentarlo siquiera. Sin embargo, la aparición de la primera muchacha prendió la llama de la esperanza en su interior. Trató de parecer lo menos terrorífico posible y ser gentil con ella. No sirvió de nada. Ni con la siguiente. Ni la siguiente. Así que terminó por rendirse. Era imposible. Nadie iba a ser capaz de amarle.

Se había resignado. Miraba las páginas pasar un día tras otro. Por un lado, deseaba que el tiempo se parara y detuviera el proceso. Tenía miedo de llegar al final. Por otro, ansiaba que todo acabara y dejar de sufrir.

Y en mitad de su derrota había llegado ella.

Aneris.

Ella no había gritado ni salido huyendo despavorida al verle.

Ella había hablado con él.

Ella le había hecho reír.

Había llegado a creer que tal vez ella podría...

Sacudió la cabeza. No. Aneris nunca sentiría nada por él. Si no había salido corriendo era porque ella también era diferente. Nada más. Seguramente había lidiado con peores criaturas que él. No era raro que no le temiera ni temblara al hablar con él. Simplemente era distinta.

Suspiró con pesar.

Miró una vez más la rosa, maldiciéndose a sí mismo. ¿Cómo podía haber sido tan tonto de volver a sentir esperanzas?

Su destino ya estaba marcado por aquel libro y nadie, ni siquiera Aneris, iba a cambiarlo. No había nada que hacer.

Sus ojos recorrieron su cuerpo en el espejo.

¿Quién iba a amar a una bestia?

La maldición de los reinos (Reinos Malditos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora