Capítulo 37

351 63 0
                                    

Cuando abrió los ojos, miró a su alrededor con confusión. Se sentía desorientada. No conocía el lugar, y, lo más notable: no estaba en el agua.

Vio a una mujer a su lado. Parecía mayor. La reconoció al momento: la mujer de sus sueños. La mujer que había visto desde el océano. Era la misma. Era real.

—¿Cómo te encuentras, pequeña?

Al abrir la boca para responder, Aneris no escuchó su voz. La mujer tampoco. La sirena se llevó la mano a la garganta y bajó la mirada. Había dado su voz por volver al mundo terrenal.

—¿No puedes hablar?

Aneris la miró con ojos brillantes y negó con la cabeza.

—No te preocupes, pequeña. No pasa nada. Estarás bien, ya lo verás. Ten, toma esto.

Le sirvió un poco de té en una taza y la joven se lo agradeció con la mirada. Se la llevó a los labios y dio un pequeño sorbo. Estaba caliente, pero no tanto como para no poder tomarlo. Observó discretamente la habitación en la que se encontraba. Era la misma que había ocupado días atrás, pero ahora parecía más alegre. Tenía vida.

La mujer le acercó un pequeño libro con una pluma y un tintero. Aneris cogió el libro, intrigada, y lo abrió recostándolo sobre sus piernas cruzadas en el interior de las sábanas. Pero se llevó una gran decepción al comprobar que estaba en blanco. Miró a la doncella y esta le ofreció la pluma.

—¿Sabes escribir? Dime cómo te llamas.

Aneris miró la pluma y tragó saliva. No había aprendido a escribir cuando estuvo allí, tan solo a leer. Recordaba bien las letras, de modo que decidió intentarlo; cogió la pluma ya mojada y la llevó hacia el libro. No debía de ser difícil si conocía las letras. Apoyó la punta y trazó una línea oblicua hacia arriba. Sabía diferenciar las mayúsculas de las minúsculas, pero las mayúsculas le parecían más fáciles, así que optó por ellas. Hizo otra línea oblicua hacia abajo hasta llegar a la altura del inicio de la anterior. No le habían quedado muy rectas, pero se entendía. Cerró la letra «A» con la línea horizontal que faltaba e hizo una pausa. Estaba siendo más difícil de lo que creía. El pulso le temblaba.

—Tranquila, tómate tu tiempo —le dijo la mujer con voz suave.

Aquella voz la tranquilizaba. Era dulce, agradable, tierna. ¿Por qué era cariñosa con ella? La miró a los ojos unos instantes. No se conocían y, sin embargo, la doncella la miraba como si fuera una vieja amiga. Lejos de estar incómoda, Aneris se sintió a gusto, aceptada y protegida. Fue una cálida sensación.

Continuó. Le llevó un rato y algún tachón, pero, finalmente, pudo terminar de escribir su nombre.

—Aneris —pronunció la mujer tras leerlo.

La muchacha asintió con energía.

—Bienvenida a palacio, Aneris. Espero que te sientas como en casa. Podrás quedarte el tiempo que precises, así lo ha querido el príncipe.

El corazón le dio un vuelco al escuchar la palabra «príncipe». Ansiaba verle y le hizo señas a la doncella que esta no llegó a comprender.

—Tranquila, yo cuidaré bien de ti.

Dejó el libro, la pluma y el tintero a un lado sin percatarse del resoplido frustrado de la sirena.

Varias sirvientas le prepararon un baño caliente y la ayudaron con él. Al principio, temió que su cola reapareciera, pero no sucedió nada cuando entró en contacto con el agua. Lo comprendió enseguida: lo primero había sido un castigo, la Maldición del Océano. Ahora estaba bajo los efectos del hechizo de la Bruja del Océano; era completamente humana.

Luego la vistieron con un precioso vestido verde esmeralda que resaltaba su belleza. Todas alabaron su hermosura y Aneris se sonrojó. No estaba acostumbrada a tantos cumplidos. De sus hermanas, era la que menos destacaba. Y sabía que el único pretendiente que tenía la admiraba más por su voz que por su básica belleza.

Cuando la dejaron tranquila, salió de la habitación. Quería recorrer de nuevo aquellos pasillos que conocía tan bien y tan poco al mismo tiempo. Eran iguales y distintos, como su habitación. La mayor parte de los objetos y la decoración era igual, pero había algo diferente, algo que ya había percibido en su cuarto: todo estaba lleno de vida. Había sirvientes y guardias que la saludaban al pasar junto a ellos.

La doncella se había encargado de poner en conocimiento de todos cuál era su nombre, pues varios lo utilizaron. Ella les sonreía. En alguna ocasión incluso había tratado de responder al saludo, pero sin éxito.

Aunque habían pasado pocas horas, extrañaba su voz. Se sentía rara sin ella y, sobre todo, incómoda. Era difícil comunicarse sin voz. ¿Y cantar? Ya no podría hacerlo. A ella le encantaba cantar. Solía crear melodías con la mayor de sus hermanas.

Sus pies la llevaron, mientras admiraba todo como si lo viera por primera vez, hacia la biblioteca. Y, como si nunca hubiera estado allí, se sorprendió por su belleza. No la recordaba tan impresionante, tan majestuosa, tan llena de historias. Allí había emprendido viajes sin moverse del sitio. Había vivido aventuras tumbada sobre cojines.

Había alguien paseándose entre las estanterías. El corazón de ella se detuvo al verle. El príncipe la miró de arriba abajo y Aneris se ruborizó. ¿Qué pensaría de ella?

Sus miradas se cruzaron y la sirena pudo sentirlo. Su corazón volvió a latir, cada vez más deprisa, hasta alcanzar una velocidad que no creyó posible. Sintió calor y sus mejillas se encendieron.

Los ojos de él no la miraban como a una desconocida. Aunque tampoco lo hacían como si la conociera. Se sintió confusa y alentada a la vez.

¿Podría hacerle recordar?

La maldición de los reinos (Reinos Malditos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora