Tal y como sus hermanas le habían prometido, se celebró su cumpleaños con una gran fiesta en los Jardines de Coral, que formaban parte del palacio del rey Océano. Acudió mucha gente a la fiesta con regalos para Aneris.
Muchos se movían con las notas musicales que escapaban de los instrumentos de los músicos. Aneris miró esas danzas oceánicas y se dio cuenta de lo mucho que distaban de lo que eran los bailes en el mundo terrestre.
También estaba allí él, Enki, el hombre oceánico por el que suspiraban todas las sirenas de su edad. Tenía un cabello largo y rubio y los ojos de un verde mar arrebatador. Cuando la invitó a danzar con él, supo que más de una la miró con celos. Si por ella fuera, le rechazaría y le dejaría para ellas encantada. Pero tuvo que aceptar por cortesía. Había demasiada gente con la que no podía quedar mal, y menos a ojos de su padre, el rey.
Tan pronto como le fue posible, se deshizo de él alegando que debía saludar a más gente, y así lo hizo. Los recién llegados la felicitaban, le preguntaban por aquellos días con su abuela y le ofrecían presentes.
Pero su cabeza no estaba en aquella celebración ni en los regalos tan simples que le hacían. No. Estaba de nuevo en el castillo, recordando lo que había hecho. Había visto un libro y una rosa y los había tocado. Y no podía dejar de preguntarse si haber recuperado su cola se debía a ello o había sido una extraña casualidad. Se inclinaba por pensar esto último, pero había algo que no le permitía estar completamente convencida.
¿Qué había pasado con la bestia? Necesitaba averiguarlo.
Miró a su alrededor. Todos se movían felices al son de una música suave que no le transmitía nada. Sin saber por qué, se sintió fuera de lugar. Estaba en su hogar y con su familia, pero algo había cambiado.
Había conocido el mundo terrestre. Había conocido humanos. Había conocido a la bestia. Y una parte de ella estaba todavía allí.
Se escabulló como pudo de su propia fiesta y nadó con rapidez hacia la superficie. El atardecer la saludó con unas nubes gélidas que impedían a los rayos de sol acariciar las aguas. Alguno lograba traspasar el muro y aportaba luminosidad a lo que se extendía frente a ella. El castillo se erguía a lo lejos. Nadó hacia él hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para observarlo tras una roca sin ser vista.
No apreció nada fuera de lo normal al principio. No había movimiento ni nada que llamara su atención.
Estuvo allí un buen rato con el corazón en un puño, mirando hacia cada cristalera. Hasta que por fin vio movimiento tras una. Y otra. Y otra. Había personas yendo de un lado a otro.
Entrecerró los ojos tratando de distinguir las facciones de alguna de ellas, sin mucho éxito. Desde aquella distancia y con las ventanas y cortinas de por medio, era imposible a pesar de su aguda vista, propia de su raza.
¿De dónde habían salido? Se preguntó. El tiempo que estuvo en el castillo le había sido imposible ver a alguien que no fuera la bestia. Y ahora el palacio estaba lleno de vida.
Resopló, frustrada.
Si se acercaba más corría el riesgo de ser descubierta por los habitantes del castillo. Si aquello sucedía... Podía escuchar ya los gritos coléricos de su padre por haber sido tan descuidada. Tendría que aguantarse y conformarse con observar desde la distancia.
Pasó mucho tiempo hasta que una persona salió a un balcón y pudo verla mejor.
Era un joven de cabello castaño y corto. Desde allí apenas veía el color de sus ojos. Oscuros, quizás. ¿Negros? ¿Marrones? Era difícil de decir. Se quedó un buen rato mirándole. Era atractivo. Muy atractivo. Algo en él le resultaba familiar. Tal vez su porte. Tal vez sus gestos. No acertó a adivinar el qué.
El joven cerró los ojos y a la sirena le pareció que disfrutaba estando allí fuera a pesar del frío que hacía.
Enseguida tuvo compañía. Una mujer salió también y le habló. Aneris palideció al verla. Aun estando a esa distancia, supo que la había visto antes y supo que había sido en el castillo. Pero allí siempre había estado sola, salvo por la compañía de la bestia.
La mujer que sus ojos veían había aparecido en sus sueños cuando la bestia la salvó de los aldeanos y la llevó consigo al palacio.
Pero ¿y si no había sido un sueño?
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La maldición de los reinos (Reinos Malditos)
Novela Juvenil✨Érase una vez un reino sin recuerdos, un príncipe maldito y una princesa hechizada. Pero ¿qué pasaría si la sirenita nadara al castillo de la bestia? Aneris ansía conocer el mundo humano, y a causa de su deseo se verá envuelta en un viaje lleno de...