Capítulo 71

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El cielo acompañó la tristeza del momento extendiendo sus copos de blanca nieve por todo el lugar. Una luz procedente del océano iluminó cada escondite.

Aneris lloró desconsolada mientras su cabello recogía los copos. Un ruido la alertó y sus ojos se posaron en los escombros que yacían sobre el lobo. Apareció una mano y luego otra, y finalmente, Rubí, magullada y herida, pero viva.

—Agh, recuérdame que nunca más vuelva a morder a una bruja. —Escupió a un lado y se llevó las manos a la lengua—. Es asqueroso.

La sirena la abrazó, gimiendo.

La rubia estudió el panorama y sintió una gran desazón en el corazón, especialmente por Aneris. No vio a la bruja, y no supo si era buena o mala señal, en realidad.

—Aneris —pronunció una voz firme y cargada de cariño.

La apelada miró en su dirección y vio, en la plataforma, a su padre con el Cetro Azur en sus manos.

—¡Padre!

Extendió una mano hacia él. El hombre extendió el cetro y creó una vía de agua que le permitió flotar sobre ella y dirigirse hacia su hija, a la que abrazó con fuerza.

—Padre, siento todo...

—No, Aneris. Has dado una lección a este rey tan obstinado. Los humanos —añadió mirando a Rubí— no son como creía. Y ha tenido que pasar todo esto para que me dé cuenta y te crea, y a tu difunta madre.

La princesa sirena le agradeció estas palabras y apoyó la cabeza en su pecho, sintiendo su cariño.

—Es hora de regresar —dijo el rey.

Aneris se separó. Ahora flotaba como él, gracias a la magia del cetro. Miró a la bestia, tendida, sin vida. Miró a Rubí, que permanecía en el suelo, atenta a la situación sujetándose un brazo que había sufrido uno de los peores golpes que se había llevado. Y miró a su alrededor.

Quería volver.

Y quería quedarse.

Se agachó a recoger la rosa con sumo cuidado. Temía lo que pudiera causarle. ¿Qué debía hacer con ella?

—Veo que has cumplido tu misión.

Aquella voz chillona golpeó a Aneris como un bloque de hielo. Se había olvidado por completo de él. De su trato. De su condena.

Allí estaba el duende, a una distancia prudencial, sentado en el aire con una sonrisa divertida en el rostro.

—Dejaré que te despidas de papi, pero sé breve. Tenemos que irnos.

—¿Qué quieres de mí?

El duende hizo aparecer una copa de vino y dio un sorbo antes de responder.

—Tengo grandes planes para esa rosa. Y te necesito a ti para usarla. Ya has visto lo que le ha pasado a esa bruja.

La sirena comprendió que él la había utilizado desde el principio, apareciendo en la playa; las quería a ambas. Aneris era su medio para utilizar la rosa, ya que él no podía tocarla. Y ella sí.

—Tú... —El rey del océano preparó su cetro, pero su hija le detuvo y le explicó lo que sucedía.

—Mi voluntad le pertenece, padre... Sin él tú ahora no tendrías de nuevo el poder del océano.

El hombre miró a su hija, apenado. Él, con todo su poder, no podía hacer nada para ayudarla.

La maldición de los reinos (Reinos Malditos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora