Rubí cumplió su palabra y la condujo hasta el pueblo. Se escuchaba el murmullo del mercado, pero ya no había gritos como antes. Los mercaderes ya no se hacían oír por encima de los demás para llamar la atención sobre sus productos. Los ancianos paseaban, y hombres y mujeres iban y venían. El herrero ya estaba preparando la forja y el panadero tenía la masa lista para los panes del día. Mas todos con expresiones sombrías en sus rostros.
Muchos miraron a Aneris y algunos se detuvieron en seco al reconocerla. Ella se dio cuenta y sintió miedo. ¿La volverían a encerrar para tratarla como a una alimaña?
No. Vio el temor reflejado en ellos. También el respeto. Algo había cambiado, y se preguntó si tendría que ver con Nessarose. Tal vez creyeran que trabajaba para ella. Le gustaría poder tranquilizarlos, pero sabía que era mejor dejar las cosas como estaban.
A pesar de que conocía bien el camino a casa de Día, a las afueras del pueblo, Rubí la siguió guiando hasta la puerta. Llamó y entró, sin esperar respuesta y sin indicarle a la sirena que la siguiera. Esta se detuvo en el umbral con cierta inseguridad.
—¡Rubí! Qué agradable sorpresa. ¿Qué te trae a estas horas por aquí? Justo iba a preparar el desayuno, ¿te apetece...? —Su voz enmudeció al salir de la cocina con las manos sosteniendo un bol de masa y ver a Aneris plantada en la puerta como si fuera una extraña—. Aneris...
La apelada quiso sonreír, pero sus labios no respondieron. Se frotó las manos, nerviosa.
—Pasa, querida, pasa.
—No sabía si sería bienvenida.
—Aquí siempre serás bienvenida. —La anciana le dedicó una cálida sonrisa.
Rubí resopló tomando asiento frente a la mesa, sin mirar a ninguna. Día le echó una mirada de reproche, pero no dijo nada. Con un gesto invitó a Aneris a entrar y sentarse también. La joven lo hizo justo al lado opuesto de la mesa, lo más lejos posible de la rubia, quien se había cruzado de brazos. Sus miradas se encontraron.
—Voy a terminar de preparar el desayuno y nos pondremos al día —dijo Día desapareciendo en la cocina.
El silencio reinó entre ambas, roto únicamente por la anciana, que trasteaba en la habitación de al lado.
—Deja ya de mirarme así —pidió Aneris con firmeza.
—¿Y cómo quieres que te mire? Eres un monstruo.
—¡Vale ya! —La sirena se levantó dando un puñetazo sobre la mesa para sorpresa de Rubí, que no se dejó intimidar y le sostuvo la mirada—. Puedes culparme por todo lo que está pasando y odiarme por ello. Pero no pienso consentir que me culpes por un crimen que yo no he cometido...
—... todavía —señaló la rubia con desprecio.
—¿Qué insinúas?
—Solo mira lo que ya has hecho. Es cuestión de tiempo que empiecen las desapariciones, los asesinatos... Así sois los seres oceánicos.
Aneris puso los ojos en blanco.
—¿Y qué me dices de vosotros? —le espetó—. ¡Mi madre fue asesinada por humanos!
—¡Seguro que se lo buscó!
Esas palabras fueron una auténtica ofensa para la sirena, que se quedó boquiabierta. No se podía creer que hubiera tanto odio en Rubí...
Decidió tranquilizarse y sentarse antes de volver a hablar. Exaltarse no la iba a llevar a ninguna parte.
—Mi madre admiraba a los humanos. Quería saber más de ellos. Siempre me contaba historias maravillosas sobre su mundo, el mundo terrestre. —Su expresión se tornó melancólica—. Yo soñaba con conocerlo de primera mano. Los humanos me parecíais seres tan impresionantes... Y pensaba que no existía la maldad en vosotros. Cuando ella murió a manos de unos pescadores, supe que no era así. Pero a pesar de ello quise confiar en que había sido un error. Mis ganas de conocer vuestro mundo no desaparecieron.
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La maldición de los reinos (Reinos Malditos)
Teen Fiction✨Érase una vez un reino sin recuerdos, un príncipe maldito y una princesa hechizada. Pero ¿qué pasaría si la sirenita nadara al castillo de la bestia? Aneris ansía conocer el mundo humano, y a causa de su deseo se verá envuelta en un viaje lleno de...