—Aneris...
La joven, con lágrimas en los ojos, se lanzó a sus brazos.
—Lo siento. Lo siento tanto...
Ojalá pudieran estar así todo el tiempo que quisieran, mas él la apartó muy a su pesar. Quería que le mirara a los ojos.
—No, por favor. No sientas nada.
—Por mi culpa estás así...
La sirena bajó la mirada, pero él le levantó la barbilla con delicadeza.
—Estoy así por mi actitud tan egoísta y arrogante. Y si tú no hubieras cometido tus propios errores, jamás te habría conocido, Aneris. No cambiaría nada, ya que todo nos ha llevado a... —Le habría gustado decir «estar juntos», pero no quería asustarla con esas palabras que implicaban un sentimiento que quizás solo él sintiera—. Nos ha llevado a conocernos.
Aneris desvió los ojos hacia el espejo, que todavía mostraba el gran salón con sus invitados.
Se había hecho ilusiones en vano, creía que él sentía lo mismo que ella. Su corazón acababa de sufrir una sacudida. Apretó los dientes. No importaba, eso no iba a cambiar nada.
—Debes llevarte la rosa.
—¿Cómo sabes...?
Él se limitó a señalar el espejo con un movimiento de su peluda cabeza.
—Pero... —Nuevas lágrimas bañaron sus mejillas de la sirena al volver a mirarle—. Si me la llevo, tú serás...
La bestia limpió las lágrimas de ella con toda la delicadeza de la que fue capaz.
—Eso no importa.
—¡Sí que importa! —Se apartó de él, dolida.
—Aneris, eso ya no importa —repitió—. Tienes que llevártela y salvar ambos reinos. No hay otra manera.
—¿Salvarlos? ¿Cómo?
Adrien miró la rosa y suspiró con pesar. Extendió la mano, que se detuvo antes de llegar a rozarla. Tocarla significaba su perdición. Dejar que Aneris se la llevara eliminaría su única salvación posible, ya que el poder de la rosa tal vez pudiera, en algún momento, devolverle a su realidad. Mas no le importaba tanto ser una bestia salvaje por siempre como el hecho de perderla a ella. Dirigió sus ojos a Aneris, que le miraba angustiada, tratando de encontrar una solución en aquellos últimos momentos. Pero su cabeza no encontró nada. Nada que pudiera hacer por él.
Le vio mirarla una vez más, y luego él cogió la rosa, que emitió un gran destello iluminándolos a ambos, antes de quedarse con un brillo leve. Él se acercó a la joven y puso la rosa en sus manos mientras con su mano libre acariciaba el cabello de ella, y la miró con cariño. Acercó sus fauces al oído de la sirena y le susurró algo. Aneris sintió su aliento y cerró los ojos, escuchando atentamente y disfrutando de aquella sensación que le provocaba. Cuando se apartó siguió mirándola y la sirena cogió su garra, impidiéndole que se alejara demasiado. Sus ojos se posaron sobre un pedazo de papel que había sobre la mesa con algo escrito y luego volvieron hacia la bestia. Asintió, mas no dijo nada. Sabía que ninguna palabra serviría para decir todo lo que necesitaba, todo lo que sentía. Pero ¿ya qué más daba? No perdía nada.
—Adrien...
—¡Así que era este tu secreto!
Aquella voz tan terrorífica los sorprendió. Aneris escondió la rosa tras de sí al tiempo que la bestia se colocaba delante, protegiéndola de la bruja.
Nessarose los ignoró y se colocó delante del espejo, dejando a la pareja detrás de ella. Admiró lo que sus ojos veían y se giró hacia el príncipe.
—Esto era lo que me ocultabas, ¿verdad? —Soltó una carcajada—. Tendrías que haber aceptado mi oferta, al menos así las cosas serían más fáciles para ti. —Miró el libro, al que solo le quedaba una página por pasar. La última página. Todo terminaría esa misma noche para él.
La reina miró al espejo, pero esta vez se topó con su propio reflejo y, aunque le agradaba, no era lo que quería ver en ese momento.
—¡Haz que funcione! —le ordenó a Adrien sin girarse.
Veía a la bestia en el reflejo, pero no parecía dispuesta a colaborar. Su mirada volvió al libro y se percató de que faltaba algo... La rosa. Se giró bruscamente entrecerrando los ojos.
—¿Dónde está?
El príncipe se hizo el tonto.
—¿Dónde está qué?
Nessarose se acercó a la mesa y puso sus manos en ella. Sus ojos furiosos le miraron.
—¿Dónde está la rosa? Para el tiempo que te queda no merece la pena... —Un brillo suspicaz cruzó su rostro—. A no ser...
Buscó a Aneris, quien se había escabullido aprovechando que la reina no le prestaba atención y ya estaba en la puerta.
—¡Tú!
La joven mantuvo la rosa oculta y cruzó una última mirada con Adrien antes de echar a correr lo más rápido que le permitían sus piernas.
—¡Vuelve! —escuchó gritar a la bruja.
Una lágrima tardíaescapó de los ojos de la joven, pero duró poco en su mejilla. La velocidad sela llevó. La última muestra de su amor por la bestia quedaba en una lágrimadestruida sin piedad.
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La maldición de los reinos (Reinos Malditos)
Teen Fiction✨Érase una vez un reino sin recuerdos, un príncipe maldito y una princesa hechizada. Pero ¿qué pasaría si la sirenita nadara al castillo de la bestia? Aneris ansía conocer el mundo humano, y a causa de su deseo se verá envuelta en un viaje lleno de...