23. Beso

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Darío

En la tarde hablé con mi doctor, quien a regaña dientes aceptó mi regreso a la empresa, con la condición de no hacer hacer nada que denote trabajo duro. En estos momentos acabo de nutrirme con el informe de estos días que he estado ausente, afortunadamente, todo se encuentra en orden.

Estos días han sido muy incómodos ya que he tenido que estar en cama sin hacer nada. Ya podré regresar a la empresa y demostrarles a todos los que siquiera piensan en ponerme un dedo encima, quién manda.

¡Nadie se puede deshacer de Darío!

NADIE

Me adentro en mis sabanas de seda con la intención de dormir hasta mañana, empero el sonido de mi celular interrumpe dicha acción.

—Son casi las tres de la madrugada, ¿quién llama a esta hora?

Con pesar estiro mi brazo y tomo el celular de la mesita de noche, con este cerca puedo leer el nombre de la persona que osa llamarme, Naylea, mi asistente.

—¿Qué quiere? No son horas de llamar—es el saludo que recibe de mi parte.

—Disculpe señor, es que tomé el teléfono de la jovencita que ha estado aquí desde temprano, solo tiene cuatro contactos y nadie más contestó.

—¿Qué pasó?—pregunto.

—Vino al bar Candy desde muy temprano y no ha parado de beber. El motivo por el cual me tomé el atrevimiento de tomar su celular es porque la señorita está hablando con un hombre que se le acercó hace poco y parece muy incómoda. Él ha estado pidiéndole bebidas.

—Gracias por avisar.

¡Maldigo la hora en que nos vinimos a topar con tremendo desastre!

Me levanto de la cama en donde minutos antes esperaba descansar, busco ropa y el arma que adquirí luego del ataque, me visto lo más rápido que mi herida me lo permite, para luego tomar las llaves de mi auto y poner el GPS, ya que no conozco el lugar. Al parecer queda cerca.

A estas horas todo está tranquilo, no hay muchos vehículos en la calle, lo que me facilita la llegada al bar.

Me adentro en el lugar y observo a varias personas, cada quien en lo suyo, a lo lejos, cerca de la barra se encuentra mi asistente, siendo tratada de forma muy brusca por un hombre.

A nadie parece importarle, puesto que los ignoran y siguen disfrutando de sus bebidas y el ambiente. Me acerco al lugar y puedo escucharla a través de la música gritarle:

—Suélteme— miedo es lo que hay en sus palabras, lo sé, está temblando.

¿En qué te metiste esta vez niña estupida?

—¿No entiende?— decido intervenir ya harto de la situación.

—No se meta en lo que no le importa.

—Me importa porque en este momento está agrediendo a mi asistente.

—¿Ah si?—Pregunta irónicamente.

—Si.

—¿Y qué si no la suelto?— me pregunta con un tonito que no me agrada para nada.

¡Pobre infeliz! No se imagina con quién está hablando.

—Se atendrá a las consecuencias— le digo para mostrarle disimuladamente el arma.

La tira al suelo y me enfrenta.

—Ella me debe mucho dinero— habla como si fuera la gran cosa.

—Dinero es lo que me sobra— adentro mi mano en uno de mis bolsillos y saco mi cartera para pasarle dinero y nos deje tranquilos por una buena vez.

Otro desgraciado al cual se le llenan los ojos con un par de billetes.

Me acerco a la mujer de la barra para que me devuelva el "celular" de Natalia, lo cual hace sin ningún problema. Lo botaré a penas vea un basurero.

—Graci—no la dejo terminar porque la agarro del antebrazo con fuerza, sino fuera tan necia, nada de esto estuviera pasando.

—¿Qué diablos te pasa?— le grito mientras la llevo conmigo.

Grave error, esto no hace nada más que hacerla explotar.

¡Perfecto! Soy yo quien sacrifica su tiempo y dinero y ella es quien se enoja. No termina su sección de gritos cuando decide bajar la voz y empezar a llorar, está muy ebria.

—Discúlpeme por gritarle y por haber tenido que venirme a buscar en su condición, desde aquí me puedo ir sola, pediré un taxi.

Pienso unos segundos lo que voy a decir puesto que esto significaría tener que llevarla a casa, sin embargo, me repito mentalmente que es lo correcto, cuando la veo tratando de alejarse y tambalear en el intento.

—No te dejaré irte sola, estás muy ebria, si te llega a pasar algo, los medios me comerán vivo.

Asiente rendida y me acompaña al auto, donde por segunda vez, empieza a llorar como una Magdalena.

¿Por qué estas cosas me pasan a mí?

Trato de hacer que pare, pero esto solo la inspira a llorar más e invadir mi espacio personal.

—¿Qué diablos haces?—pregunto en tanto despego su frente de mi hombro, está mojado—me estás lastimando, tengo la herida muy cerca.

—Perdón—dice para empezar a gritar con más intensidad.

—Estás toda llena de mocos—busco un pañuelo en la guantera y se lo paso por la cara. ¡Qué asco!

—Ahora estás más presentable— le digo y le dedico una sonrisa pícara.

Se acerca a mí y con sus dedos enmarca cada una de mis facciones, en especial mis labios, esa zona débil que provoca... Ciertas cosas en mí. Sin poder calcularlo me acerco a su rostro y la beso, después de todo, puedo sacar algo bueno de esta desvelada.

Estoy apunto de profundizar el beso cuando siento que en un movimiento brusco se despega de mí, para luego verla teniendo una arcada. Es cuestión de segundos para ser llenado de la asquerosa expulsión, me vomitó.

—Maldición—grito con sorpresa.

—Discúlpeme señor, no fue mi intención... Yo—trata de explicarse.

Coloco mi dedo anular en mi boca en señal de que debe callarse, en estos momentos me sobran las ganas de estrangularla.

Bajo del auto y me quito la camisa con rapidez, para luego tirarla, junto a su diminuto "celular" que aún se encontraba en mi bolsillo, en un cesto de basura fuera del bar, no volveré a usar nada de esto nunca.

Regreso a mi auto con nada más que el pantalón cubriendo mi cuerpo y me voy a la parte trasera para sacar toallas húmedas y una de mis camisetas de repuesto, después de estar limpio me encamino al asiento del conductor y puedo ver a mi "querida" asistente durmiendo, limpio algunas gotitas de vomito y me subo para arrancar e irme en dirección a casa.

Son más de las 3:30 cuando al fin llego.

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Más que tu jefe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora