34. Sin sentimientos

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Dierik

Ese olor a flores me tiene demasiado pendejo por ella, aquella suavidad de su piel me destrozo la poca cordura que tenía y ni hablar de su manera de ser tan imprevista, me encanta; pero más me fascino tenerla para mi, sentir aquel estrecho que corrompí, verla más vulnerable de lo normal, apreciarla completamente desnuda.

Y aún está así.

Esa mala maña que tiene de acostarse sobre mi empieza a gustarme, de hecho, extrañé tener un pequeño cuerpo sobre el mío cuando fui a Eslovaquia; no me había parecido interesante ver a una mujer dormir, hasta que llegó ella, he intentado levantarme e ignorar su presencia pero no, no puedo, a parte de su agarre en mi, no quiero alejarme de ella.

Paso mis dedos por su mejilla.

Tengo hambre y sé que cuando despierte también lo tendrá, debo levantarme para buscar mi celular y pedir comida, de lo contrario no comeremos nada, no mantengo la despensa llena en el apartamento porque no paso tiempo aquí; aparte se está haciendo tarde. Con cuidado la acuesto sobre la cama, mis ojos se dirigen a su entrepierna, volviendo a sentir en mis dedos su suavidad y la delicadeza de su piel lisa, y ahí está, dándome la firme prueba que yo fui el primer hombre en probarla, sonrío y busco mi celular, el cual suena en algún lugar del apartamento.

Me pongo los vaqueros y bajo a la sala.

- Diga - respondo sin ver quien es.

- Hola, amor - suspiro al escucharla - ¿ya vienes?

- No, Mariana - niego volteando a ver al piso de arriba - pasare la noche en otro lugar.

- ¿Qué puta has conseguido ahora? - su intento de ocultar su ira con el sarcasmo no le funciona  conmigo - déjala tirada y ven conmigo, George no está y Dafne se fue, te deseo.

No sé que me ha enojado más.

- No tengo tiempo ni ganas - Lesa se encargó de eso - y te recuerdo que solo tenemos sexo, no sentimientos, ¿captas?

- ¿Con quién estás? - demanda - ¿sigues enojado porque fui a visitar a Alesara?

- Demasiado, no debiste ir y mucho menos con George - tenso mi mandíbula al imaginarme a esos dos idiotas con ella - no lo vuelvas a hacer, no te quiero cerca de ella.

- Die, por Dios - ríe - pareciera que te importara esa chica.

No contesto.

- ¿Te importa, Die? - vuelve a preguntar.

- Ocúpate de tus asuntos, Mariana - camino al balcón.

Y cuelgo.

Sí, me importa porque resulta que esta igual de desquiciada que yo, no le teme a la muerte y ya probó lo que es arrancarle la vida a otra persona, y le gustó, sabe lo que se siente pero también es una niña aparentemente inocente que se ganó el cariño y protección de mis amigos; me siento raro con ella cerca, me siento tranquilo y al mismo tiempo nervioso porque le pase algo, tiene una maldita suerte para que quieran matarla.

Suspiro y pido comida china.

Aunque quiera sentirme culpable, no lo estoy, es más, me siento satisfecho por lo que paso hace unas horas, la imagen de su cuerpo desnudo sobre mi sábanas fue lo mejor que quedara en mi memoria para toda mi vida, oírla gemir me nubló el juicio; silencio el celular que me avisa desesperadamente que Mariana está escribiendome, para luego sonreír como un estúpido, recordando ese momento, no podría arrepentirme por tenerla.

Y eso me enoja.

- ¿Dierik? - volteo a verla de inmediato.

- Hola, hermosa - sonrío al detallarle su rostro.

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