Truenos

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Dim

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Dim

Llevé a Jenedith a la casa de su amiga Vega. La dramática y escandalosa mujer la recibió mientras yo me quedé esperando en el auto por orden de la pequeña bestia.

Intenté concentrar mi mente en la canción que sonaba y poner a mi paciencia a prueba mientras Jenedith calmaba a su amiga.

Al paso de casi diez minutos miré que ambas chicas salían, la pelinegra traía su mochila de escuela y otra más pequeña en color negra.

Abrió la puerta y la voz de Vega retumbaba pidiendo explicaciones con aspavientos de ¿por qué se iba conmigo?

—Pero, Jen, y tú, bombón...

—Relájate, solo será una noche —alcancé a decirle a la chica de piel oscura que clavó sus ojos en mí como si fuera un asesino serial.

—En una noche pueden ocurrir muchas cosas, Dim —recalca con un exabrupto pero algo me decía que le emocionaba la situación.

Miré como Jenedith se tensaba poco a poco.

—Que emoción —ironicé, tratando de dar mi mejor actuación—. Estoy seguro de que Jenedith me pondrá en mi lugar si intento propasarme. Cosa que no pasará —levanté mi dedo índice para aclararlo solo con ella.

La pequeña bestia puso los ojos en blanco y entró al auto.

—Se cuidarme, Vega, y no llevamos nada del trabajo de optativa.

—Si en algún momento ocupas que vaya por ti...

Me estiré para jalar la puerta.

—Que no pasará nada, histérica —contesté y cerré la puerta para arrancar.

Jenedith me fulminó con la mirada y yo la miré de reojo.

—Ni se te ocurra reclamarme nada, es bastante irritante escucharla parlotear —me defendí.

—Es como mi hermana, es claro que se preocupará por irme con alguien como tú.

Con alguien como yo.

Me tragué mi orgullo. Bien, me lo merezco por ser un maldito bastardo.

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Pasamos a una papelería a comprar todo lo que ella había escrito en una lista. Me daba ternura ver cómo iba marcando con una palomita lo que ya llevábamos en las canastas—que cargaba—mientras iba llenándolas a tope.

Solo me distraje unos segundos cuando vi a la pequeña bestia trepada en un estante para tomar lo que era un bote de pegamento, que claramente no alcanzaba por su baja estatura.

Sonreí de solo verla y escuché como maldecía por debajo. Me acerqué para tomar el bote que quería y lo eché a la canasta.

—Si no alcanzas algo solo dímelo, enana.

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