Capítulo 21. Nuestra historia-final

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Jen

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Jen

Contorsionaba y estrujaba mis dedos entre sí, yendo de un lado a otro cerca de la puerta principal. Dim había salido disparado a comprar unas pruebas instantáneas para confirmar que estaba embarazada. Hace unas tres semanas que sentía náuseas y el mareo que tuve en Milán me hacía sospechar de un posible embarazo y lo que casi lo confirmaba fue el retraso de mi período; por esa razón no probé nada de alcohol en los eventos de modas, solo para no tener que lamentarme por eso.

Quise decírselo a Dim desde antes, pero cuando lo vi prepararse para la pasarela de Prada no me atreví. Vivía su momento como la estrella de moda que era y preferí guardarme mis sospechas hasta regresar a Nueva York.

La puerta se abrió y Dim apareció con una bolsita blanca de alguna farmacia.

—Compré cuatro, de diferentes marcas para cerciorarnos. Si no nos convence podemos hacer una prueba de sangre. Anda, Jenedith, te toca.

Me sentía muy nerviosa, demasiado.

—Dim... —me detuve en la entrada del baño—, ¿Y si sale positivo?

Me aterraba la idea a niveles colosales, no me sentía lista para ser mamá y más por el hecho de que no tuve una en mi vida; sentía pánico de tener a una pequeña criatura que dependiera de mí el resto de su vida y que yo como madre no supiera guiar para hacer de él o ella una persona de bien.

Joder, qué terror. Las manos de Dim sujetaron mi cara con suavidad para atraerme a él y besar mis labios. Eso era lo que necesitaba para tener tranquilidad, la calidez y protección que Dim me daba.

—Aquí estoy, cariño. Si sale positivo, vamos a hacerlo bien, como un equipo.

De nuevo me besó con ternura.

—De acuerdo.

—Anda, ve, ve, que quiero saber si seré papá.

Me asustaba que le entusiasmara tanto la idea. Entré a la privacidad de mi baño y abrí las cajas de las diferentes marcas de pruebas de embarazo; nunca había leído las instrucciones de alguna de ellas así que me tomé mi tiempo y después hice todo el proceso.

Cuando salí del baño, Dim tenía las uñas entre sus dientes sin dejar de estirar sus talones hasta lo más alto que le daba el pie.

— ¿Y bien?

—Hay que esperar dos minutos.

Dim resopló exasperado.

—Bien, bien. Eso no es nada, esperé por ti cuatro años, dos minutos no son nada.

Sonreí completamente sonrojada y corrí a sus brazos.

—Tengo miedo.

—Tranquila, no hay que temer, Jenedith.

—Es que ¿Cómo pasó? Nos cuidamos, nos cuidamos todo el tiempo, no comprendo.

—Mmmm, cariño, creo que olvidas la noche en la que festejamos tu campeonato. Estábamos pasados de copas ahora que lo recuerdo.

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