Empecemos de cero

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Jen

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Jen

     Era como si hubieran cambiado a Dim Kelly por alguien totalmente nuevo, amigable y honesto pero con la misma cara. Estaba tan confundida y desconcertada por la actitud amable y tan repentina que tenía conmigo.

     Esta no era la esencia de Dim Kelly.

      —Me resulta... imposible creer en ti —me crucé de brazos al ver su rostro de decepción.

     —Imaginé que dirías algo así pero hablo en serio.

     Fruncí mi entrecejo sin dejar de enfrentarme a esa mirada gris, era raro, podía ver un brillo diferente en sus ojos, nada oscuro, más bien, algo más dulce y sincero.

     —No debería de sorprenderte después de cómo me has tratado.

     —Sé que no me bajarás de ese estante que yo mismo he creado, pero quiero demostrarte que hablo en serio.

     Dim avanzó hacia mí y me tomó de una mano—no la muñeca—su piel era cálida y me dio un ligero apretón.

     —Ven conmigo.

     — ¿Qué?

     Estaba verdaderamente perpleja ¿Dónde quedó ese Dim Kelly arrogante y cretino que conocía?

     —Ya no vivo en ese asqueroso edificio, Mary Ellen se encargó de buscar un mejor sitio y no está lejos de aquí, es más céntrico y mucho más cómodo. Ven conmigo, para demostrarte que hablo en serio.

     Intentó jalarme a él pero me planté como árbol sin que lograra moverme.

     — ¿Qué intentas?

     —Demostrarte que soy sincero.

     — ¿Por qué?

     —Porque ya no soporto esta situación entre nosotros.

     —No hay ningún nosotros —dejé en claro y liberé mi mano con agresividad.

     Eso pareció molestarle y a mí aún más, su comportamiento me sacaba de quicio.

     —Una oportunidad, Jenedith. Ven conmigo.

      Extendió su mano para que yo la tomara y lo pensé por un instante. Ciertamente me causaba curiosidad, más de la que debería, sin embargo, verlo ahí, tan decidido y seguro de lo que quería, podía notar que era mucho más guapo.

     Tomé su mano y él sonrió.

     —Tengo que cambiarme la pijama.

     —No, estás preciosa —miró su reloj de muñeca—. Son las diez y te traeré de regreso antes de las doce, anda.

     Me quedé trabada al escucharlo que tuvo que halar de mí otra vez para volver a tierra.

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