Capítulo 18. Encuentro explosivo

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Tomé la mano de Jenedith y le pedí que guardara silencio, nos buscaban, apuntaban a diestra y siniestra con sus armas

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Tomé la mano de Jenedith y le pedí que guardara silencio, nos buscaban, apuntaban a diestra y siniestra con sus armas. Ella solo asentía y de puntitas fuimos alejándonos entre la oscuridad del almacén.

—No... les disparen —la voz de Bethany dio la orden—, los quiero vivos, no debieron ir lejos.

Al menos no nos matarían.

—Dim —murmuró Jenedith muy cerca de mí—, logré noquear a tres tipos para entrar aquí, pero podemos encontrar alguna salida trasera.

Asentí.

—Intentemos no hacer mucho ruido y si nos encuentran, no te separes de mí.

Jenedith me besó y yo respondí.

—Gracias a Dios estás bien.

Nuestras frentes se unieron y cerré mis ojos para atraerla más a mí.

—Tranquila, saldremos de esto.

—Quiero matarla —gruñó por debajo.

—Ya somos dos.

Seguimos tomados de las manos y nos alejamos en silencio. Vislumbré como los sujetos se dispersaban, tuvimos que agacharnos, casi al extremo de arrastrarnos por el suelo para evitar ser vistos.

Agarré a Jenedith de la cintura para atraerla a mí y nos quedamos un momento en el suelo, tres tipos estaban justo frente a nosotros y no nos veían gracias a unos estantes con botes de pintura que obstruían la vista al suelo.

Guardamos silencio hasta que avanzaron y nosotros aprovechamos.

Miré hacia atrás, a los lados y al frente para asegurarme de tener el campo despejado. Cuando tuvimos la oportunidad nos levantamos y corrimos hacía una puerta que se abrió con facilidad. Dejé pasar a Jenedith y salimos.

Justo cuando creí que podíamos tener una excelente ventaja, nos detuvimos abruptamente al encontrarnos con alguien que nos apuntaba con una maldita arma.

—Más les vale no hacer un movimiento estúpido —advirtió el sujeto, marcado con una enorme cicatriz que le pasaba por el ojo izquierdo—. Levanten las manos y lentamente dense la vuelta para regresar por donde vinieron —ordenó mientras sacaba el radio de su cinturón—, los encontré, ya los llevo para allá.

Mierda, mierda, mierda.

Hicimos lo que ordenó y regresamos al interior de la fábrica. Bethany se pasaba una bolsa de hielo por el ojo y la mejilla hinchada. Al vernos se puse de pie y si no fuera por los golpes que le propinó su hija me pudo haber inquietado su expresión.

Jenedith la desintegraba con la mirada, sin duda su odio hacia su propia madre era rabia pura.

—Hola, seductora.

— ¡Cállate!

Yo me limité a guardar silencio y quedarme junto a Jenedith.

—Vaya, vaya, lo que son las cosas, la vida da muchas vueltas mi preciosa niña.

Arrogante y sensual Donde viven las historias. Descúbrelo ahora