Capítulo 7

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Anaya Cooper:

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Anaya Cooper:

No importaba cuánto me entretuviera en el camino o cuánto tiempo intentara ganar, de todas formas, tenía que enfrentar a lo que le estuve huyendo durante todo el día.

Ver a Jensy y pasar tiempo con él fue agradable, estar con Jenny fue tranquilizador, pero tenía que enfrentar que mi madre y mi hermana habían vuelto.

Después de tantas horas de intentar relajarme, estaba sentada en mi coche, sin saber si entrar a mi casa o huir a otro continente.

Pero debía entrar.

Lo mejor era contarle todo a mi padre. Él se merecía que yo le contara la verdad, antes de que se enterara por otra persona. Sabía que iba a llorar, y eso me destruía, pero era mejor que lo escuchara ese día y no cuando se la encontrara en la calle o en algún otro lugar.

Salí de mi coche y empecé a agarrar las compras. Antes de llegar a casa, hice una parada para comprar bolsas en las cuales echar las compras.

Alguien me dijo que buscara los puntos buenos cuando pensara que todo estaba mal, y en ese momento, agradecí no haber comprado huevos.

Tomé todas las bolsas, porque dar dos viajes de la cocina a mi coche no es una opción.

100% haragana, y no lo niego.

Entré a la casa por la puerta del garaje.

—¡Papi! Ya llegué.

No escuché su voz y mucho menos sus pasos acercándose para ayudarme.

—Pa, estas bolsas están pesadas.

Otra vez un gran silencio.

Caminé en dirección a la sala, porque estaba segura de que mi viejito se había quedado dormido en el sofá, viendo la televisión, aunque estaba temprano todavía. Solo eran las siete de la noche.

Cuando llegué a la sala, todas las fuerzas de mis manos desaparecieron, y las bolsas se resbalaron y cayeron en la cerámica. Sentí que mi mundo se estaba desmoronando por segunda vez en el día.

Ella estaba sentada en un sofá, mirándome con atención, y mi padre estaba junto a ella, con un aspecto de alegría. Alterné la vista entre ellos durante varios segundos sin decir nada. Iba a huir de la escena, pero todos me estaban mirando.

—Hermanita.

Todos mis músculos se tensaron solo con escuchar esa voz. Verla dos veces en un día era lo peor que me estaba pasando, además de estar viendo a la señora que era, supuestamente, mi madre, sentada junto a mi padre.

Me giré despacio para ver a Alissa y tragué saliva, intentando controlar mis emociones.

—Qué alegría volver a verte.

Se acercó para darme un abrazo, pero antes de que su cuerpo tocara el mío, me aparté de ella sin disimulo.

Las palabras parecían no tener sentido, no encontraba la correcta para expresar lo que estaba sintiendo. Estoy segura de que mis ojos reflejaban lo que con palabras no podía expresar, y mis dientes empezaron a rechinar.

Creo que te necesitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora