Capítulo 19

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Anaya Cooper:

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Anaya Cooper:

Habían pasado tres días desde la última vez que lo vi en persona. Mi padre asistió dos veces a la casa Russell, con Karina obviamente, y me invitaron, pero me negué en cada ocasión. Había decidido estar lejos de esa casa, de él. Pero mentiría si dijera que había dejado de ver nuestros videos, nuestras fotos...

¿Cómo se le ocurrió pedirme que fuéramos amigos? ¿Cómo se me ocurrió aceptar? ¿Cómo se me ocurrió no decirle que el beso con Samuel no fue un beso? ¿Cómo se me ocurrió no negar las falsedades de Melany? ¿Cómo se me ocurrió no exigirle explicaciones? ¿Cómo se le ocurrió no dármelas?

—¿Entonces es definitivo? —preguntó mi padre.

—Sí. Me iré pasado mañana.

—Anaya...

—Tengo que hacerlo. Solo... solo quiero estar lejos.

—Pensé que cambiarías de opinión —comentó Samuel.

Ellos no querían que me fuera, pero necesitaba hacerlo. No podía seguir torturándome, no podía fingir que no dolía.

Ambos estábamos en la misma ciudad, pero no nos podíamos acercar. Prefería que nos separaran miles de kilómetros a que lo hiciera otra cosa. Quizás así lograríamos ser amigos, iba a ser doloroso, pero tal vez sería más tolerable.

—¿Qué pasa? —le pregunté a Samuel. Lo conocía tan bien que sabía cuándo me ocultaba algo.

Samu empezó a rascarse la nuca y me dedicó una sonrisa nerviosa.

—Me compré una moto —admitió.

Me reí.

—¿De verdad? —preguntamos al unísono mi padre y yo.

—Sí. ¿quieres dar una vuelta?

—No estoy de humor —confesé.

—¿Se lo permite, Andrew?

—Por supuesto —concedió mi padre.

—¡Papá!

Mi padre se encogió de hombros.

—Te irás pasado mañana, así que disfruta.

—Además, te subiste muchas veces con Jensy, es hora de que lo hagas con un profesional.

Me reí.

Eso es cierto, Jensy me ayudó a superar el pánico de las motos y me hizo verlas como una forma de hacer algo que le apasionaba a mi hermano.

—Se suponía que olvidarías todo lo que dijiste esa noche —le recordé.

Hizo una mueca de desagrado.

—Lamentablemente recuerdo muchas cosas.

—Como lo del castañito bo...

—Cállate, Anaya —gruñó.

Creo que te necesitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora