Capítulo 6

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Anaya Cooper:

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Anaya Cooper:

Me quedé helada. No podía creer que alguien pudiera decirme esas palabras a mí, y mucho menos que él consideraba esos tres días como si fueran lo más lejano que había vivido en toda su vida.

No le dije nada, pero noté que, aunque estaba sonriendo, en sus ojos había una mirada de súplica en la que me pedía que dijera algo, pero yo no podía articular ninguna palabra.

Su sonrisa se tornó triste, y no tenía idea de por qué. Todo se estaba volviendo incomprensible para mí, no entendía nada de la conversación y mucho menos de su actitud.

¿Estuvo pensando en mí? No, por supuesto que no, nadie pensaba en mí, y menos alguien que me acababa de conocer. ¿Para qué ilusionarme si al final todos optaban por hacerme daño?

Entreabrí los labios para decir algo, aunque no tenía claro qué.

Como un milagro maravilloso, su celular empezó a sonar, interrumpiendo mis intentos de hablar y, por unos segundos, no dio señal de que quisiera contestar.

Sentí la necesidad de pedirle, no, de suplicarle que respondiera para salir ilesa de ese incómodo momento, pero me quedé callada, y él, al notar que no iba a decir nada, sacó su celular del bolsillo de sus jeans, y contestó la llamada, sin apartar la mirada de mí.

—¿Sí? —dijo con la voz apagada. Frunció el ceño—. ¿Hola? ¿Hola?

Miró la pantalla de su celular y luego me miró. Su sonrisa se esfumó de sus labios.

—Claro que lo recuerdo —dije, un poco avergonzada.

Quería ignorar las razones por las que le dije que recordaba ese día, y eso hice. Su rostro se suavizó, y una sonrisa de labios cerrados se dibujó con más amplitud que las que me había dedicado ese día.

Lucía aliviado.

—Me alegra.

Me indignaron esas dos palabras.

—¿Me prestas tu celular? Necesito realizar una llamada, por favor —dijo, nervioso.

Me sentía utilizada. Eso debía ser una broma, pero claro, no tenía saldo, y la persona que lo llamó colgó antes de decirle algo. Lo peor de todo es que me pidió mi celular para llamar, tal vez, a su novia.

Con un enojo interior que estaba haciendo que mi sangre hirviera, saqué mi celular de mi bolsillo y se lo pasé con brusquedad.

Empezó a marcar el número, y solo pensar en escuchar la voz de una chica detrás de la línea, me estaba revolviendo el estómago. Mi ceño estaba fruncido y, para ser más obvia, me crucé de brazos cuando acercó mi celular a su oído.

Rodé los ojos, furiosa, y una gran sonrisa se formó en sus labios. Me preguntaba qué era lo que estaba sintiendo, pero no profundicé mucho en el tema.

Creo que te necesitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora