Capítulo 16

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Anaya Cooper:

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Anaya Cooper:

—Hola, hermanito. Este es otro día más sin tu presencia. Otro día sin que nos robemos los chocolates, otro día sin que te burles de las tonterías que salían de mis labios. Es tonto que venga aquí y te hable, sabiendo que no me escuchas y que no me vas a responder, pero aquí estoy. Aquí estoy, extrañándote como siempre.

Suspiré.

—Quiero hablarte de alguien. Alguien... especial. Su nombre es Jensy. Te dije que nunca volvería a tener novio, y no lo tengo, pero me besó, bueno, nos besamos. Nos hemos besado varias veces. Debiste verlo. En el primer beso estábamos a la luz de la luna, solos, en el jardín de su casa.

Sonreí. Las imágenes de ese día vinieron a mi cabeza.

—Creo que es bueno, pero no puedo descartar la idea de que me hará sufrir. Sí, así como lo hizo Mark —solté una risa amarga—. En unos minutos saldré con él, así que tengo que irme —sonreí—. Adiós, Alfie —sequé las lágrimas de mi rostro.

Salí de la habitación que era de mi hermano Alfie y entré a la mía. Todavía no podía creer que siguiera siendo tan fan de Pucca. Tenía una imagen en grande de Pucca besando a Garu encima de la cabecera de mi cama, unos muñecos de ellos dos se estaban besando bajo la luz de mi lámpara y tenía un espacio en la pared solo para pequeños stickers de Pucca. Pequeñas luces rojas iluminando los alrededores de mi dormitorio.

Terminé de arreglarme y bajé las escaleras.

En todas las salidas (citas, como diría el Saco de pulgas) que habíamos tenido, Jensy había propuesto el lugar, pero era mi turno de marcar la diferencia, era momento de que yo lo llevara a un lugar especial para mí.

Me rogó que no lo llevara a una discoteca, no lo iba a hacer, pero le hice pensar que lo llevaría de todos modos. Todavía quedaba un poco de maldad en mí.

—¿Adónde vas, hermanita?

Al escuchar esa voz, todo mi ser se paralizó, y al verla, mis puños se apretaron.

—No es de tu incumbencia —espeté.

Hacía varios días, Alison y Alissa empezaron a frecuentar mi casa. Lamentablemente, también empezaron a llevar sus cosas, ya era un hecho que se mudarían con nosotros. Si hubiera sido por mí, las hubiese echado a la calle, pero mi padre no opinaba lo mismo. Lo entendía. Él solo quería que fuéramos la familia feliz que nunca fuimos.

—Yo ya me voy, así que sigue tu camino, hermanita —comentó mi gemela.

—Espera, hija. Primero tenemos que hablar —me pidió Alison.

—No soy tu hija —dije entre dientes.

—Estúpida, obvio que es nuestra madre. Deja de ser una malagradecida.

—Alissa, por favor —suplicó la señora.

Empecé a mirar de un lado a otro, buscando a mi padre, supuse que no estaba. No era bueno que me dejara a solas con ellas.

Creo que te necesitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora