Capítulo 14

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Anaya Cooper:

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Anaya Cooper:

No solía usar vestidos, porque tenía muchas inseguridades por mi delgadez. Claro, los compraba, pero no solía usarlos cuando alguien más lo vería. Estaba acostumbrada a que me vieran las mismas personas de siempre, sin embargo, dejé de lado mis inseguridades y me puse un vestido negro. Solo esperaba no arrepentirme de mi decisión.

Dejé mi cabello suelto para no perder el tiempo haciéndome un moño.

Je, je. Digamos que es por eso.

Hacía mucho que ningún chico iba a la casa de mi padre para visitarme, además de Samuel y Angus, pero acepté que no era momento de pensar en ese pasado. Tenía cosas más importantes en las que pensar.

Como, por ejemplo: ¿Cómo rayos Jensy sabía dónde vivía?

Jensy conocía la ubicación de la casa de mi padre, pero estuvo varias semanas sin saber nada de mí y respetó mi espacio. Bueno, me llamó varias veces y me envió muchos mensajes, pero no se presentó sin avisar, decidió esperar.

¿Cómo obtuvo esa información? Bueno, después de todo, sí era un criminal.

No, no era eso.

Mi permiso de conducir. Esa era la pieza faltante en ese rompecabezas. Ese día vio mi permiso y se aprendió la dirección de mi casa. Mi padre estaría decepcionado de mí, pero no tenía motivos para contarle a Andrew esa parte de la historia.

Después de verme en el espejo de mi habitación por milésima vez, bajé las escaleras y entré a la cocina.

—¿Adónde tan peinada?

—Funcionaría si...

—Shhhh —interrumpió—. Siempre arruinando mis bromas. La cena estará lista en cinco minutos. Ordena la mesa, y ten cuidado con...

—Lo sé —rodé los ojos.

—¿Le contaste? —inquirió en voz baja.

—Es solo un inútil, no tiene derecho a saber nada de mí.

—No le has contado —dedujo.

—No, solo lo conozco. Él es mi nada.

—Contigo eso es mucho —sonrió.

—Pa...

—Haz lo que te dije —ordenó.

Rodé los ojos y salí de la cocina. A veces mi padre se ponía en modo mandón, pero lo amaba. Lo amaba mucho.

Ordené la mesa y me senté en el sofá, impaciente.

Mi celular empezó a sonar, y supe de inmediato que Samuel había llegado. Todavía no entiendo cuál era su mala costumbre de llamarme en vez de tocar el timbre.

—Si sabes que voy a venir, ¿por qué no me esperas en la puerta? —espetó, cuando abrí la puerta.

—Si sabes que hay una manija, ¿por qué no intentas abrirla?

Creo que te necesitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora